viernes, mayo 19, 2006

Mazinger Z: la aventura

Entre septiembre y octubre del año pasado fui al dentista a arreglarme la boca. Me empastaron cinco muelas y me extrajeron otras cinco. Poco antes a mi hijo mayor se le habían caido sus primeros dientes de leche, de forma que mis hijos conocían a la perfección a ese personajillo curioso que atiende por Ratoncito Pérez.

Yo no iba a perder un diente, no. Iba a perder cinco. Como no me los podía llevar (al estar los dientes "enfermos") a casa y ponerlos debajo de la almohada, quedé con la dentista en que ella los guardaría en la consulta, y cuando hubiera terminado todo el proceso, se los daría todos al ratón. Como es bien sabido, y resulta obvio, el ratoncito Pérez y los dentistas tienen una relación fluida y amigable.

Le pedí un favor a la dentista, después de hablarlo con mis hijos: que le dijera al ratón Pérez que, en lugar de traerme un montón de monedas por mis cinco dientes, me trajera algo especial que pudieran disfrutar mis hijos.

Pasó la semana de fiestas de Onda, y uno de tantos días (en concreto, el 3 de noviembre) llegó a mi casa una carta muy especial.
¡Enviada por el propio ratoncito Pérez en persona -bueno, en ratón-!


En ella, agradeciéndome mis piezas dentales (y el valor de haber entrado doce años después en una consulta odontológica), me hacía un buen regalo que pudiera disfrutar junto a los niños:
el mapa de un tesoro.

Nada más salir del cole, los niños y yo nos fuimos en búsqueda del tesoro. Estaba en un descampado, al lado de una ermita cercana a Onda. Llegamos al descampado, y allí seguimos las indicaciones de unas flechas negras que había pintadas o pegadas por la zona.

Hasta encontrar una "X" en una piedra. Levantamos la piedra, y no había nada más que tierra. Así que nos pusimos a excavar (con las manos) en la tierra, hasta que, por fin, encontramos una preciosa caja de metal, de color azul.

Emocionados, no tardamos un segundo en intentar abrir la caja. Pero no pudimos. La caja estaba cerrada con llave. Menudo fastidio.

Pegado en la parte inferior de la caja, había un sobre de color rojo oscuro (el mismo color que el sobre que iba incluido en la carta del ratoncito Pérez y que contenía el plano del tesoro). Lo abrimos, y leímos la solución al problema de la caja.

Resulta que la caja estaba cerrada con llave, y sólo había una persona en el mundo que conociera el paradero de la llave: una hechicera. La hechicera vivía muy lejos de Onda. Había que llegar hasta el río más ancho de España (los niños saben qué río es porque ya lo cruzamos en una ocasión; ahora, además, saben su nombre: el Ebro). Y una vez allí, recorrer tantos kilómetros como hubiéramos recorrido hasta entonces.

Mis tres pequeños me pidieron partir de inmediato hasta casa de la hechicera. Con un poco de miedo por si los convertía en sapitos, pero aún les podía más la ilusión por el tesoro que el miedo.

Aunque existían dos importantes problemas para salir en busca de la hechicera. Una, que era miércoles por la tarde, y el jueves había cole y curro. Dos, que la carta explicaba que la hechicera no iba a revelarnos el secreto de la llave tan fácilmente. Habría que darle algo en pago.
La propia carta señalaba cuál era el pago del secreto de la llave: cien chapitas de botes de refresco.

Les prometí a los niños que el primer día del fin de semana que tuvieramos las cien chapitas iríamos al encuentro de la hechicera; esa misma tarde, como se habrá adivinado, empezó la recolección de chapitas.

Familiares, amigos, compañeros de trabajo o de colegio ayudaron a buscar chapitas, o a beberse coca-colas a mansalva y darnos las susodichas "piecitas".

Finalmente, en el recuento del domingo por la mañana, teníamos exactamente 94 chapitas. Contando que íbamos seis de viajes -mis tres hijos, mi hermano, su novia, y yo-, decidimos partir esa misma mañana.
Desayunamos mientras veíamos el último capítulo de la serie "Mazinger Z" con los niños (ese verano habían visto desde el principio la serie, y el robot Mazinger -Machinguer según Martín- se convirtió sin duda en su héroe favorito).


En la primera gasolinera paramos a comprar un refresco en bote para cada uno... con lo que, con alborozo y alegría infantil, ¡teníamos las cien chapitas para pagar a la hechicera!

El viaje hasta la casa de la hechicera fue algo cansado; además del temor a equivocarnos (calculamos lo mejor posibles los kilómetros de Onda hasta el Ebro y otros tantos más hacia el norte), estaba el temor a que acabáramos siendo una familia de sapos, ranitas y renacuajos en un estanque de la hechicera. Durante el trayecto, nos acompañaba la caja azul de metal del tesoro. Si la hechicera tenía la llave, no era nuestra intención esperar ni un segundo más. Abriríamos el tesoro cuanto antes.

Llegamos poco antes de comer a su casa. Resultó ser una hechicera guapa, atenta y simpática (y joven, pero como iba vestida de hechicera no nos pudimos fijar bien). Desde luego, era más "maga" que "bruja" (en el sentido de la bondad o no de sus sentimientos). Nos enseñó su casa (preciosa, con un pequeño jardín interior), nos dió algún presente para comer, y en ningún momento mencionó convertir a los niños en renacuajos.

Y tras entablar amistad con ella, llegó el intercambio. Le dimos las cien chapitas que habíamos recolectado esa semana, y ella entró con las cien chapitas a la habitación secreta de su casa (donde supusimos que habría pociones, recetas y libros mágicos... y donde, evidentemente, nosotros no pudimos asomar la nariz).

Pero.... no nos dió la llave. Nos dió un nuevo sobre de color rojo oscuro. Dentro del sobre, un plano que indicaba cómo llegar hasta la llave, que se encontraría "a los pies del gran defensor de la paz y la justicia". La hechicera, amablemente, nos ayudó a descifrar el lugar que indicaba el plano. Estaba a una media hora en coche desde allí (más al norte).

Preguntados los niños sobre si íbamos directos hacia la llave, o volvíamos a casa y lo dejábamos para otro día, no tuvieron duda alguna en su respuesta: hacia los pies del gran defensor de la paz y la justicia.
Sólo admitieron los niños (de mala gana) hacer un alto en el camino para comer. Comimos en Valls, provincia de Tarragona (la hechicera vivía en Cambrils), y continuamos hacia el final de nuestro viaje.

Mientras conducía según las indicaciones del plano, intentábamos descifrar el significado de "los pies del gran defensor de la paz y la justicia". La hechicera nos había comentado que nos daríamos cuenta enseguida de qué se trataba.

Y tenía razón. El defensor de la paz y la justicia se alzó ante nosotros.


Una estatuta de Mazinger Z de 15 metros de altura. Nos bajamos del coche a contemplarla y admirarla; en pocos minutos, el mayor de mis hijos encontró un cuarto sobre de color rojo oscuro, más pequeño que los anteriores.

Lo abrimos, y ... ¡¡¡¡allí estaba la llave del tesoro que traíamos nosotros desde Onda!!!!

En un segundo, la caja se abrió y tuvimos el tesoro ante nosotros: innumerables monedas de color marrón o doradas, y tres muñecos del robot Mazinger Z (de los que se apropiaron los niños felicísimos y extasiados).

Merendamos allí mismo, antes de disponernos a volver a nuestro hogar.

Con un tesoro y el recuerdo de una aventura con final feliz, llegamos a Onda.

***
Esta aventura sucedió en noviembre de 2005.
La he estado reservando hasta ahora para contarla coincidiendo con la operación quirúrgica de Martín. La operación fue el miércoles, y salió todo lo bien que cabía esperar. Ahora, Martín está en casa, jugando con sus hermanos y con un pequeño corte en el vientre.
Pero feliz y alegre como siempre.
No lo leerá (aún), pero: Te quiero, Martín.
De parte de papá.

martes, mayo 02, 2006

Corazón, corazón.

El viernes le dió un infarto a mi padre.

Ahora mismo está fuera de peligro, en una habitación de planta hospitalaria (no de la UCI), quejándose de que le den comida sin sal y a la espera de pruebas que verifiquen su estado de salud.

Yo, por mi parte, tras un tiempo sin ir al trabajo, he vuelto a fichar esta mañana; un poco tarde, ya que venía del Hospital. Se supone que sigo jugándomela en el examen de oposición de este mismo sábado.

He leído un montón de mensajes y demás correos que en un rato contestaré, y que agradezco sinceramente. Lamento que mi vida se vaya complicando, aunque mantengo la esperanza de que poco a poco los nubarrones se vayan disipando.

Vaya, me ha salido una entrada un poco seria y concisa.
Contaré alguna buena noticia: mi hijo pequeño, Martín, cumplirá cuatro años en nueve días, y ya se puede llevar una pequeña conversación con él (conversar con mis hijos sigue siendo mi alimento de espíritu preferido).