viernes, enero 28, 2005

Batallas que no son la mía.

Esta semana ha tenido un episodio difícil en mi vida personal.
Según me han contado, varias de las personas que se supone me deberían apreciar y ayudar en esto de la vida, se han dedicado a reírse de mí y confabular para vete a saber qué.
Y eso no es lo peor, sino que, además, se les ha ocurrido desmerecer mi trabajo ante terceras personas que ni siquiera me conocen, o con las que no he cruzado nunca más de dos frases seguidas.

No me gusta nada lo que ha pasado. No es de recibo.

Pero (y aquí viene la clave): no es mi guerra.

Hace un año y unos pocos meses, una situación como la que se ha dado me hubiera dejado altamente preocupado, y por qué no decirlo, jodidillo.

Antes, la mucha cantidad y poca calidad de mis batallas (alguna vez he hablado de mi 'visión épica' de la vida) me quitaban mucha energía. Aunque soy una persona más bien tranquilona, siempre daba la sensación de estar estresado, con mil cosas rondando, y a punto de que se me cayera el cielo sobre mi cabeza.

Pero de los momentos malos aprendes; debí despojarme de todo lo accesorio, y bajar hasta el fondo de mí mismo, de lo que me importa y lo que no. Y en cierto modo, aprendí.

La principal novedad es que ahora sí soy consciente de cuál es la única batalla que me importa. Puedo gastar energías aquí y allá, como un niño que juega a saltar más alto cada vez, pero no gastaré ni un segundo de preocupaciones y malestares por aquello que no lo merezca.

Y tenedlo claro, quienes han jugado conmigo esta semana: no sé si ellos como personas lo merecen, pero su actitud no merece ni mi atención, ni mi preocupación.

Que malgasten su tiempo en ser más infelices aún de lo que son comportándose así, si quieren. Allá ellos. Hay una guerra que sí importa, hay un trabajo que sí hay que hacer, y a ése me estoy dedicando yo.

Mejor o peor, estoy haciendo lo que debo hacer. Ellos, no.
No estoy enfadado ni preocupado con ellos. Ni siquiera decepcionado, pues ya dieron muestras en el pasado de actuar así, en otras ocasiones y con otras víctimas propiciatorias.

Si algo me produce esta situación, es lástima hacia esas personas.
Mientras tanto, yo seguiré al cuidado, con todos 'mis ejércitos', del punto fuerte que me importa. No es difícil encontrarme: estaré donde debo estar, haciendo lo que debo hacer.



martes, enero 25, 2005

Pasear (parte II: Piedrín)

Corrían las fiestas de Semana Santa y Pascua de 1991.

Mi hermano se había sacado el carnet de conducir hacía poco meses (yo tenía 16 años), e íbamos aquí y allá con un Renault 7 GTL color rojo. En Pascua, hacían fiesta en un local-recinto al aire libre, situado a tres kilómetros del centro urbano de Onda (fiesta, en estos términos, significa vender alcohol y montar un par de orquestas). Ese local había sido utilizado como piscinas municipales.
Allá íbamos mi hermano, yo, y una panda de quince adolescentes, entre chicos y chicas.

Generalmente subíamos con el coche hasta allí. No mi hermano y yo, sino toda la panda. Dos en el asiento del conductor, tres en el del copiloto, unos seis o siete detrás, tres o cuatro en el techo, uno dentro del maletero, y algún otro sujetándose como podía. No recuerdo el número exacto del récord de personas que subimos en ese coche, pero data de aquellas fiestas (Brother, ilústranos en los comentarios sobre el récord, que te acordarás mejor).

Uno de tantos días no subimos en coche, sino andando.
Bebimos toda la cerveza que podíamos (meando cada cierto tiempo para que cupiera más cerveza en el cuerpo), bailamos, intentamos ligar infructuosamente -como siempre-, y salimos de allí.

En la salida del local, mi hermano y yo hicimos amistad con una piedra gorda que había en el solar que hacía de aparcamiento. Habéis leído bien: hicimos amistad con la piedra. Supongo que si no hubiéramos estado 'desinhibidos' por la ingesta cervezil, no habríamos roto el hielo.

Como no queríamos dejar sola a nuestra amiga, se nos ocurrió llevárnosla a casa. Como ella no podía andar, la teníamos que llevar en brazos. Pesaba unos 25 kilos, pero bueno, por los amigos se hace cualquier cosa.

Durante los tres kilómetros que iban desde donde estábamos a casa, mi hermano y yo nos fuimos turnando la piedra, cada unos 100 metros. Nuestros amigos (la panda de quince chavales) nos miraba un poco raro, pero nos daba igual.

Finalmente, llegamos a casa con la piedra. La presentamos a nuestros padres, pero a ellos no les gustó nuestra nueva amiga. Suele pasar: los padres suelen mirar mal a algunos amigos de sus hijos adolescentes.

Unos días más tarde, cuando se pasó la novedad de la reciente amistad, la piedra se guardó en un almacén que tenían mis padres. Mi hermano la custodió varios años, y allí se quedó olvidada, guardando polvo.

Y aquellos hechos que nunca debieron caer en el olvido, se perdieron en el tiempo. La Historia se convirtió en Leyenda. La Leyenda se convirtió en Mito, y durante trece años el Anillo (ups... perdón! la piedra) pasó desapercibida.
(copyrait de Peter Jackson, La Comunidad del Anillo)


Este verano, tuvimos que hacer, forzosamente, limpieza general del almacén de mis padres (ya que lo habían alquilado); y mi hermano, mientras ordenaba trastos, encontró la piedra.

La subió a mi casa, para enseñármela y recordar viejos tiempos. Pude contar la historia de aquella piedra a mis hijos. Mis hijos cogieron colorines y le hicieron una carita a la piedra, y todo.

Pero no podía dejar en casa, como juguete infantil, un pedrusco de veinticinco kilogramos de peso. Así que pensamos en darle un nuevo hogar.

Enfrente de nuestra casa (la mía y la de mi hermano están a diez metros de distancia), hay un pequeño descampado, con árboles, malas hierbas, pedruscos, y restos de obra. Un día, paseando a los perros, dejamos allí a la piedra.

Era su nuevo hogar.
Mis hijos se encargaron de bautizar a la piedra: se llamaba "Piedrín".

Cada día, al pasear a los perros por el recorrido de rigor, parábamos delante de Piedrín, le saludábamos, e incluso, si se terciaba, jugábamos con ella. Le poníamos unas flores, o plantitas cerca, para que estuviera contenta. "Hola, Piedrín!", "Adiós, Piedrín!".


Y ahora viene el momento mágico de la historia, atención:

Mi hijo Martín tiene alguna dificultad en el desarrollo del lenguaje, de forma que una psicóloga nos dijo que debía aprender palabras, nombres, conceptos. Desarrollar el lenguaje relacionándolo con alguna cosa.

Este verano, al pasar delante de Piedrín, y verla, era el propio Martín quien saludaba, la mar de contento, "Hola, Piedín!!! Aiós, Piedín!!!".

Hace trece años, un par de jóvenes borrachos llevaron, durante tres kilómetros, un pedrusco de veinticinco kilos en brazos, hasta su casa.
Hoy, uno de sus hijos de uno de esos jóvenes, avanza en su desarrollo del lenguaje gracias, entre otras cosas, al pedrusco de veinticinco kilos.

Ah, el batir de alas de mariposa...

lunes, enero 24, 2005

Pasear (parte I: Comando Piruleta)

Hace unos días, al escribir un comentario en el blog de Imperator (saludos!), recordé uno de los "sitios divertidos" (así los llaman mis hijos) de este verano. (Aviso: entrada íntima y cursi en la que hablo de mis hijos; leed si queréis, pero no digáis que no avisé).

Vivimos a más de un kilómetro del centro urbano de mi pueblo, así que casi siempre cogemos el cohe para ir aquí o allá. Aunque, de vez en cuando, también apetece pasear.

Salíamos de casa, después de comer, a dar una vuelta por la zona, que aún no está urbanizada del todo. Solíamos ir mis tres hijos y yo; a veces, con nuestra perra. Otras veces, con mi hermano y su perro. En pocas ocasiones, se sumaban la novia de mi hermano, o más raramente, la madre de los niños. Si íbamos todos, sumábamos cuatro cabezas de adulto, tres de infantes, y dos perrunas.

Estos paseos por la zona tenían, o tienen (ahora hace más frío y cuesta sacar a los niños) sus sitios característicos:
- la Casa de la Lagartija (una casa de la esquina de nuestra urbanización, donde un día dimos caza a una lagartija enana, y desde entonces buscamos -sin éxito- otras lagartijas)
- la zona de los Bichos a Rayas (una calle donde, en verano, hay un montón de milpiés, y los niños y yo jugamos con ellos, nos ponemos dos en una mano y nos acompañan en todo el paseo)
- la Cueva (la cueva es un agujero que hicieron los propios niños en una montaña de arena de una construcción de la zona; la montaña cambia de sitio y de formato, pero los niños siguen parándose a hacer la cueva)
- la Casa de los Conejos (un pequeño huerto adjunto a una casa donde alguien cría conejos, y puedes observar a los animalitos desde la acera)
- el Árbol de Hierro con Luz (un armatoste de hierro, pegado a una farola, donde crece una enredadera abundantísima, dando la impresión de que es un árbol de hierro; éste árbol es incluso un personaje de los cuentos de los niños)
- los Bancos Blancos (unos banquitos de piedra blanca donde solíamos sentarnos a comer chuches y jugar hasta que oscurecía, o se acababan las chuches)
- etc, etc. (hay más, pero no quiero extenderme)

Un día descubrimos un parque interior de una urbanización, donde podíamos corretear todos con libertad (incluídos los adultos y la perra). Y esa semana adquirimos una pequeña costumbre: bajar de casa paseando, llegar al susodicho parque, y comprar en una tauleta que hay al lado piruletas para todos. En casa, después de comer, preguntaba: "nos vamos al parque de las piruletas?"

Y, finalmente, cambiamos ese "nos vamos...?" por un "¡Atención! ¡¡¡Transformación en 'Comando Piruleta'!!! Pirulete, Piruleno, Pirulín, vamos allá! Que alguien traiga la cadena de Piruguau! Aaaaaaaaa...delante, al Parque Piruleta!! uno-dos, uno-dos, uno-dos!"!

Este verano, nos convertimos en el Comando Piruleta.
Yo, Mauro (*), era Papá Piruleto.
Su madre, Esther, cuando venía, Mamá Piruletina.
El mayor, Juan Manuel, Pirulete.
El mediano, Salvador, Piruleno.
El pequeño, Martín, Pirulín.
Y la perra, Duna, Piruguau.

Recuerdo que hicimos una canción piruleta entre todos (pero es demasiado cursi incluso para este blog), y que luchábamos contra "malos invisibles", que eran aburridos y no querían que existieran piruletas en el mundo.

(*) Es la primera vez, conscientemente, que pongo los nombres reales de mi familia en este blog. Me ha parecido un momento oportuno y simpático para ponerlos; lo que no quita que entienda y apoye a otros conocidos que no desean que su nombre real aparezca por estos lares.

¿Y por qué cuento todo esto?

En otras entradas en mi bitácora, he contado que me siento una persona afortunada, he escrito la cursilada esa de "soy feliz", y me he reído de que algunas veces me toca aguantar que me digan que vivo en mi "mundo irreal", en el "país de la piruleta", como Homer Simpson.

Cuando las personas recordamos algo, nos vienen imágenes a la mente de eso que recordamos (algún psicólogo que diga si eso es cierto o me lo acabo de inventar, plis).
Cuando yo digo si soy afortunado o no, son esas tardes paseando con mis hijos, o viendo a los conejos, o jugando al Comando Piruleta, las imágenes que me vienen a la cabeza.

PD.- Mañana, segunda parte de esta entrada con un actor estelar, que hace tiempo quería escribir de él y mis hijos: 'Piedrín'.

jueves, enero 20, 2005

Primer Blogversario

:)

Hoy este pequeñito blog, con sus poco más de 100 post (el nº 100 fue el dedicado a Papá Noel, qué casualidad), cumple su primer añito de vida.

Podéis ver que el primer post, y el alta del blog en Blogger son anteriores, pero en realidad, lo primero que escribí para el blog fue un 20 de enero.
Escribí ésto:
"Tal vez hoy no sea un buen día para empezar a escribir notas (post) en una bitácora puesta al público en general (blog). Ni hoy, ni ningún día de esta semana, ni probablemente de la que viene. (...) Pero así estamos: ahora, no van bien. Dios, San Martín, recordad lo que os decía estas pasadas noches a través de la almohada. Anda, por favor. Y volvemos a sonreír. Plis."
Ahora las cosas van mucho mejor, y hace mucho que estamos sonriendo. ;)

Feliz aniversario, blog.

miércoles, enero 19, 2005

Campeón en su categoría.

Ayer, a la salida del colegio, los tres niños y yo nos fuimos a un parque con columpios a merendar. Ellos llevaban sus tres bicicletas (dos con ruedas laterales, y la otra es un triciclo); antes de Navidades tenían una y media, y se mataban por ella. Santa Claus y los Reyes Magos solucionaron ese problema.

En un momento dado, mientras daban un par de vueltas, ví que otros niños interrumpían la carrera de mi hijo mayor, Juanma, y le decían nosequé, quedándose Juanma visiblemente molesto.

Cuando Juanma volvió, me contó que le habían parado un niño y dos niñas, y que le habían insultado. Le habían dicho "culo gordo" y "niño tonto". Él les había contestado que más gordo tenían el culo ellos, y se había vuelto.

Al rato, los niños insultones volvieron a la carga. Pero en esta ocasión hubo un cambio: mi hijo mediano, Salvador, se percató de la situación, y allá fue a defender a su hermano. Yo me acerqué sigilosamente, manteniendo las distancias.

Me costó bastante mantener la risa. Ante tres niños, entre seis y ocho años, que no salían del "culo gordo", "tonto", o "feo", se plantó el pequeño creativo de cuatro años que tengo por hijo. En defensa de su hermano mayor, Salvador sacó toda su artillería en el improvisado "concurso de insultos" (al estilo de esos que hacíamos en la escuela de pequeñitos, y que se incluía en un famoso juego de ordenador).

- "¡Culo gordo y feo!", le decía la niña insultona
- "¡Niña estúpida y meona que tienes el pelo marrón como la mierda y una nariz tan gorda que viven cucarachas dentro!" (sic), contestó Salvador, ante la mirada divertida de su hermano
- "¡Niño estúpido y nariz gorda tú!", le espetó el niño insultón
- "¡Cállate, niño idiota, que tú tienes el culo tan gordo que no te sale la caca y tienes que cagar por el pito!"

Finalmente, los otros tres niños se dieron por derrotados ante las ocurrencias de Salvador; y mis dos hijos mayores volvieron a pedalear con expresión triunfante.

Cuando se acercaron a mi, a contarme su victoria en insultos, no sabía si reñir al niño o no por todas las barbaridades que había dicho. No lo hice. Le dije que de todas las palabras que les había dicho a esos niños casi ninguna me gustaba, pero que me parecía muy bien que hubiera defendido a su hermano, logrando que esos niños dejaran de molestarles; y todo eso sin dar una sola patada.

Más tarde, en casa, los niños se pusieron perdidos pintando con una acuarelas que les habían traído los Reyes, mientras yo les hacía la cena. Como estaba solo en casa con los críos, me permití (y les permití) un lujo: no puse la televisión en toda la tarde (esto lo cuento porque me produce una importante satisfacción personal, que conste).

Y así transcurrió la tarde de ayer. Una tarde divertida.


lunes, enero 17, 2005

Enero productivo.

Este mesecito de enero me está resultando de lo más productivo.
No tengo conciencia de grandes cambios (no los hay), pero los acontecimientos y los planes van marchando, de forma eficiente. Me gusta pensar en mis pequeños planes a corto plazo, una especie de "lluvia fina" como la que llevó al PP a su mayoría parlamentaria (disculpen Uds. la analogía política).

El caso es que este mes he vuelto a leer y a pasearme mientras almuerzo por la Biblioteca de Valencia (que no viene mal), he echado la instancia a una de las oposiciones que van saliendo (a ver si estabilizo mi puesto de trabajo), y vuelvo a ordenar viejos papeles.

Por otro lado, he apuntado a los niños a un taller de iniciación a la lectura, además de comprometerme a llevarlos al cine infantil y a unas sesiones de cuentacuestos (humilditas, que serán en mi pueblo). No llevo idea de quedarme encerrado en casa con los niños para que se empapen de televisión. Mucho menos los fines de semana; sin ir más lejos, este último fin de semana hemos disfrutado de bicicletas y una cruenta lucha con espadas de madera en el parque.

Está llegando el momento de implicarme tanto como pueda -y sea conveniente- en la educación de mis hijos. Ahora me siento implicado y enterado, pero quiero más (mi frase del 2005). En otros tiempos, disfrutaba dentro de una reunión política. Ahora disfruto leyendo cuentos, dibujando con acuarelas o tiza, y hablando sobre estrategias educativas.

Y como la mejor educación es dar ejemplo (que se lo digan a Atticus Finch), deberé dar ejemplo (sólo puedo leer hasta aquí).

A ver si, de paso, destierro el falso mito que hay sobre mí y que señala que tengo la sangre de horchata. Por de pronto, llevo una demanda a medio redactar, y si no me hacen caso será presentada el 1 de febrero. LLevo algún tiempo, en algunas cosas, pecando de bueno y de tonto. Sólo debería permitirme pecar de bueno. De tonto, no.

Y acabo con una curiosidad: este sábado se cumplirán siete años desde que conocí a la madre de mis hijos, y seis desde que me casé con ella. Pero esa es otra historia, y será contada (o no) en otra ocasión.

jueves, enero 13, 2005

Teletipos sobre cine y literatura

- El otro día hicieron por la tele 'Amélie'; en su día quise ir al cine a verla, pero no pude, así que insistí en cogerla en vídeo en cuanto saliese. Me encantó, pero no la volví a aver hasta que la echaron por la tele. Mi mujer se durmió a los 20 minutos en aquella ocasión, y mi hermano, que la ha intentado ver dos veces, se ha dormido también al poco rato. Nchts, nchts, qué poca sensibilidad. Yo he disfrutado como un enano ambas veces.

- Cogimos en la Biblioteca Infantil de Onda, para que la vieran los niños, el DVD de 'El viaje de Chihiro'. La vimos tres veces (en la semana que la tuvimos, pa' amortizarla). La primera vez no me gustó nada de nada, no la entendí (estaba haciendo otras cosas). Fue mejorando en la segunda, y más aún en la tercera. Muy onírica, he leído por ahí que la hizo el creador de Heidi y que parece una versión japonesa del cuento de Alicia en el País de las Maravillas. Quizá tengan razón. Por desgracia, si yo tardé en captarla, mis hijos no la entendieron. Pero se entretuvieron con los dibujitos.



- He leído en algunos blogs una opinión positiva de 'Matar a un ruiseñor'. Como la anterior vez que seguí esas mismas críticas me llevaron a ver 'Big Fish' (lo mejor que he visto desde El Señor de los Anillos), no podía hacer más que interesarme. He devorado el libro en una semana, y ya tengo el DVD (lo veré en breve). Sólo puedo añadir que yo también quiero ser Atticus Finch de mayor; y eso que me falta verlo en imágenes con Gregory Peck.



- Hoy, en la Biblioteca de Valencia he atrapado un libro de cuentos viejos y de autores clásicos (después de leer en algunos foros los cambios y mejoras o desmejoras de los cuentos clásicos quería probar). 'Cuentos de los Hermanos Grimm", de la editorial Noguer, editado en 1962. Como era la misma fecha que la película de Atticus, me ha dado por ahí. Espero haber acertado, ya os diré.

Y además de todo eso, decir que he intentado actualizar mi fotolog (además lo he linkado aquí a la derechas, pero no me sale bien), y he corregido/añadido algunos enlaces a otros blogs, que ya era hora.

Ea. Pues seguimos con todo. Va bene.

lunes, enero 10, 2005

Niños. Respeto, autoridad.

En mi última entrada hablaba un poco de política; éste es un tema que ha marcado mi vida durante los últimos quince años. Ahora mi vida transcurre pareja a mi paternidad. Quiero hablar en mi entrada de hoy sobre los niños, con vuestro permiso.

Sobre dos palabras: respeto, y autoridad. En base a mi corta experiencia de padre y menos corta de transeúnte normal. Que conste que todo lo que cuento abajo es mi opinión, obviousely.

Respeto (en un post de hace medio año creo que ya dije esto):

Los niños son niños, y por tanto, personas.
Los niños no son gilipollas por ser niños.

Considero que todos debemos respetarnos entre nosotros. Pero que, si hay un colectivo que merezca el mayor de los respetos, ése es el infantil.

Los niños tienen derechos. No sólo a la vida, a la educación, y a un plato de sopa, que en nuestra sociedad es evidente. Tienen los mismos derechos que nosotros a todo.

No pueden conducir porque se supone que aún no tienen la edad suficiente para disponer de las habilidades necesarias.
Y no pueden votar porque se suponen que aún no pueden emitir juicios de valor tan importantes como la decisión en democracia (sobre esto hay que hacer un post especial de lo discutible que es).

Pero tienen derecho a ser escuchados, a ser tenidos en cuenta, a su intimidad y a tomar decisiones. Según he leído, en la época de los romanos, un padre podía disponer como quisiera de sus hijos, incluso quitándoles la vida. Dos mil años después, hay algunos que no se han enterado de que esto no es así; no les quitan la vida, pero sí el respeto.

Un niño quiere colorines, porque los que tenía se han roto o se han perdido, y le quedan dibujos de sus superhéroes por terminar. Cuestan dos euros
Un adulto quiere tabaco (nocivo para su salud y para la del niño) porque tiene el vicio. Cuesta veinticinco euros el cartón de diez paquetes (y el cartón de tabaco se acabará antes que los colorines).
Se acaba comprando el tabaco. Hay que ahorrar, no hay dinero para chorradas (atención: la chorrada es la creatividad del niño, sean colorines o plastilina, no el tabaco!!!), y además, el niño es un caprichoso y un egoísta (mira que no entender la necesidad del adulto de fumar, y si puede ser, contaminarse un poco como fumador infantil-pasivo!).

Un niño te está contando una cosa importantísima de su colegio o de sus amigos, o te está enseñando el dibujo que acaba de hacer. O quiere preguntarte algo.
El adulto está viendo un programa birrioso de esos sobre cotilleos de la gente, que ni le va ni le viene. Y manda callar al niño.
El niño acaba por ver el programa y empaparse de insultos y degradación moral.

Un niño está jugando, excitado, y grita y chilla. El adulto quiere observar el vuelo de una mosca, o sigue con el puñetero programa rosa. Manda callar al niño. De una bofetada, si es necesario. Y punto, que aquí manda quien manda.

Cada día tolero menos la desvergüenza con la que algunos tratan a los niños. Yo no soy un padre perfecto, desde luego; pero quiero tratar a mis hijos (y a todos los niños del mundo) como lo que son: como iguales.

Autoridad.

Estoy radicalmente en contra de la violencia contra los niños. Física o verbal, no hay nada en el mundo que me parezca más reprobable.

Me parece estupenda la moda contra los maltratadores domésticos, y ojalá que gracias a ella se vayan todos al infierno. Pero no entiendo porqué un padre o una madre pueden dar un cachete o decir “mira que eres tonto!” a su hijo en la calle sin que pase nada.

A veces, cuando veo a alguien darle un cachete a un niño, me gustaría coger un ladrillo y estampárselo en la cabeza. “Proporcionalidad”, le diría, “su mano es muy grande para la cara del niño, tan grande como este ladrillo para la cara de usted”.

En ocasiones, he de escuchar que no tengo autoridad respecto a los niños. Que soy un blando. Que no me hacen caso.

Es que no soy el líder de una secta donde ellos están apuntados. Es que no entiendo que los niños deban obedecer porque sí, porque mando yo y tú te callas. Es que yo aún no me explico qué enseñanza sale de pegar tortas (aparte de enseñar que la violencia es un medio práctico de comunicación entre las personas).

A mí me gustaría que los niños entiendan que soy un adulto, tengo más conocimientos que ellos, y estoy dispuesto a enseñarles dichos conocimientos.
Y me gustaría que los niños me hicieran caso porque supieran que mis órdenes tienen un objetivo concreto, que sirven para algo.

Los niños no han de recoger sus cosas porque a mí me fastidie ver un juego de construcción desparramado por el suelo. Han de recoger porque las cosas ordenadas no se rompen ni se pierden, son más fáciles de encontrar cuando se buscan, aumenta el sentimiento de pertenencia personal de las mismas, y no te puedes tropezar, caer y hacer daño.

Los niños no han de irse a la cama porque yo lo diga y para que me dejen ver el programa rosa de los cojones. Los niños han de dormir, al igual que los mayores, para que el cuerpo descanse y llegue al día siguiente con energías. Y necesitan irse a dormir antes porque necesitan más horas de sueño. Y ha de ser a la misma hora porque esa rutina es beneficiosa para el cuerpo y su crecimiento.

Y los niños no se han de callar. Nunca. Se les puede pedir que hagan menos ruido si alguien duerme, está enfermo, le duele la cabeza, o estás en un sitio público y a las demás personas puede molestarles, como una Biblioteca. Pero “cállate de una vez”, o “cierra la boca”, no son expresiones válidas. Salvo que le hayas hecho el signo de la cremallera en los labios en medio de un juego, claro.

Las cosas tienen un significado, se hacen por algo, y estoy seguro de que los niños tienen a cumplirlas mejor, a la larga, si saben el porqué.

Pero, desgraciadamente, se supone que yo no tengo autoridad y soy un blando.

Si tuviera autoridad de veras, los niños se cuadrarían al oír mi voz, y me harían caso de repente, como un robot si tocas un botoncito. Cuando no hicieran caso, ostia al canto. Seguro que la próxima vez hacían más caso, y lo hacían antes.

Parece que hay dos autoridades:

  • la del conocimiento (alguien tiene más conocimientos que tú, y por eso te da una orden y te explica el por qué)
  • la del temor (alguien te da una orden, y si no la cumples te pega un golpe o te castiga sin más)

¡Ojo! La primera no está reñida con la disciplina, el castigo, o los premios. Pero eso ya lo contaré en otra ocasión. Con lo que está reñida la primera, es con la segunda.

Yo quiero tener autoridad en casa. Pero no por ser el más viejo, el más gordo, o el padre. Y mucho menos por que nadie tenga miedo a represalia alguna.

Si no tengo autoridad porque mis hijos no tienen temor a ninguna bofetada de mi parte, bendita sea mi falta de autoridad.

lunes, enero 03, 2005

Democracia vs Anarquía

He pensado que ya está bien de daros el coñazo con cuchufletas sobre mi vida, que resultan difíciles de entender, y además, aunque para mí sean trascendentales, no sobrepasan la barrera de los problemas comunes a todos los mortales.
Ahora, os daré el coñazo sobre mi propia opinión (que no es mi vida y sucesos cotidianos) sobre "grandes temas" que tienen su importancia en mi vida. Por no comenzar con la infancia, lo haré con la política (hace mucho que no escribo de política, a ver qué tal me sale).

Democracia versus Anarquía.

Hace tiempo mantuve un curioso diálogo sobre la anarquía, como sistema alternativo a la democracia, más justo e igualitario -y por supuesto, libre-, y posible en la práctica.
Yo no creo en la anarquía, no la veo justa ni igualitaria (sólo libre). E imposible de realizar. No veo a la democracia como el sistema menos malo, sino como el mejor sistema posible.

Mi interlocutor decía que en la anarquía todos eran libres, iguales dentro de su libertad, y abiertos a la felicidad.
Al preguntar cómo gestionaban sus recursos, quién construía sus infraestructuras, quién se ocupaba de los servicios mínimos, me respondía que nadie y todos a la vez, ya que no había quien gobernara.
¿Y si en un pueblo nadie quería ser panadero, no comían pan? ¿Y si entre dos ciudades nadie construía una carretera, y en una de ellas había agua y en otra no, nadie de la otra bebía?

Sin problemas. Se decidía entre todos; alguien debía ser panadero, y la carretera se decidía entre todos y se hacía entre todos. Además, también en democracia pueden faltar carreteras o panaderos.

Bien. Seguí preguntando. Para decidir un camino entre siete vecinos, a veces hay muchísimos problemas. En una zona (por no hablar de "estado") como nuestra península, para hacer una infraestructura de transporte entre Bilbao y Sevilla, ¿han de reunirse en una plaza todos los que habiten entre esas dos ciudades?; y además, ¿quién paga la carretera? ¿todos por igual? ¿el que tenga más por el que tenga menos? ¿o es que todos tienen igual, aunque eso es comunismo y no anarquía? ¿y si alguien tiene más, qué pasa? ¿quién juzga si tiene más, y qué se le hace?

Me contestó que las cosas se pagan entre todos, pero no porque haya "impuestos", como en la maldita democracia, sino porque hay "aportaciones al bienestar común". Toma castaña.

¿Y quién controla esas benéficas "aportaciones", tan distintas de los apocalípticos "impuestos"? ¿una asamblea de veinte millones de ciudadanos?
Ahí me explicó algo parecido a una elección de compromisarios, que a su vez elegían a otros compromisarios, etc. Algo parecido a los soviets. Ok.

Pero... ¿cada vez que se hace una carretera, o un hospital, o una escuela, o se decide quién ha de tener una farmacia y quién no, se hacen elecciones de esas? ¿un poco engorroso, no?

Resulta que no es así. Los compromisarios tienen capacidad para decidir sobre varios problemas. Y como no pueden realizar sus tareas dependiendo de su elección cada mes, el plazo para "gestionar" (que no "gobernar", ojo!) es mayor. Pon un año, pon dos años, pon cuatro años.

Pero es que, además, el compromisario que decida dónde hacer carreteras quizá no puede hacer todas las que se desean, ya que las "aportaciones" no serán infinitas. Quizá deba ponerse de acuerdo con el compromisario que hace hospitales. ¿Y cómo se ponen de acuerdo? ¿Los coordina alguien?

Pues sí, seguía mi interlocutor. Se elige a varios compromisarios según las tareas que se deban hacer entre todos, según el territorio en el que vayan a hacerlas, y a personas que los coordinen.

Es decir, se elige a unos compromisarios territoriales (gobierno) con una orden de actuación concreta (programa), con un límite de actuación temporal (legislatura), y unas aportaciones para realizar cosas comunes (impuestos).

La anarquía no existe, y pensar en su aplicación práctica nos lleva a la toma de decisiones entre todos (democracia) o sólo por unos pocos elegidos o por uno solo (sistema dictatorial).
Para hacer este esbozo de reducción al absurdo he puesto que derive en la democracia (en lo que derivó la conversación a la que hago referencia), pero bien podría haber puesto que lo decidieran los más viejos o los más sabios, y así habría derivado en una oligarquía. Y etc, etc.

La sociedad humana necesita organización. La anarquía, como sistema que repudia esa organización, o la adorna de conceptos bonitos (aportaciones, y no impuestos), no me parece válida.

Creo firmemente en que, en vez de luchar por anarquías y demás, deberíamos luchar por mejorar nuestra democracia.

Estoy seguro de que, en un futuro, muchas decisiones se podrán tomar teniendo en cuenta el voto inmediato-electrónico-loquesea de los ciudadanos. Como el trasvase del Ebro, una aprobación popular del sistema educativo, y demás. Y eso será un adelanto respecto a lo que vivimos hoy.

Pero es que lo que vivimos hoy es un adelanto impresionante respecto a lo que vivían nuestros abuelos en democracias como la de la II República (si alguien quiere, amplío esta información).

Hace veinte años, el envenenamiento de un candidato en una república rusa era algo desconocido, que seguro que se hacía y nadie se enteraba. En estos días no se ha podido llevar a cabo la jugada, y el "envenenado" es Presidente.

Hace cincuenta años, no quiero pensar cómo debía tratar un ejército de ocupación a los habitantes del territorio ocupado. Hoy eso preocupa mucho a la ciudadanía en general, e incluso ha estado a punto de cargarse a algunos gobernantes.

En mi opinión, las críticas a la democracia son subsanables dentro del propio sistema, para reformarlo y optimizarlo, pero no para cambiarlo por un sistema distinto.

Quizá sea optimista, pero creo que el sistema mejora (y mejorará) con el tiempo.

PD.- Perdón si todo lo dicho sobre la utopía que supone la anarquía queda algo infantiloide. Siempre que he hablado con alguien del tema, y he sacado el mismo recurso que parece infantil, resulta que en la anarquía las cosas que afectan a muchos se deciden democráticamente. Encantado de que alguien me saque de ese recurso, en todo caso.





domingo, enero 02, 2005

Papá Noel

(NOTA: empiezo el año en el blog como lo acabé, con una entrada nostálgica de abuelo cebolleta; valga en mi descargo que tengo pensadas otras entradas no nostálgicas ni cebolleteras, pero es que esta anécdota era fija para el primer post del año, I’m sorry).

Hace quince años, yo era gris.

Gris del todo: vestía de gris, gafas grises, cara con expresión gris, despeinado y con granos, conversación gris, vida gris. Ah, y era un empollón (de esos repelentes), con lo que mi vida social no era sólo gris, sino gris ocuro.
Mi hermano, con el que salía de fiesta aquí y allá, era más gris que yo (es dos años mayor, y la experiencia cuenta).

No recuerdo una sola cosa divertida para contar de 1989. No fue un año malo, ni bueno. ¿A que no adivináis como fue el año? Pues eso, gris. Como muchos de los anteriores.

Aunque sí había una novedad: mi hermano y yo, que tontos del todo no éramos, nos estábamos dando cuenta de que, como adolescentes, dábamos lástima.

Salimos por ahí la Nochevieja de 1989, para dar paso al 90. Yo tenía quince años recientes, mi hermano diecisiete.
Y salimos por la tarde, para llegar a casa, ponerse el pijama y comer las uvas. No nos dejaban salir de casa después de las uvas. Sí, sí, como suena. Aunque lo cierto es que no nos perdíamos nada por no salir, y con las pintas que llevábamos sí era posible que nos acabaran atracando o algo así.

No recuerdo si habíamos quedado con alguien esa tarde, o salimos los dos solos como dos monos. Con chicas (a los quince y diecisiete años es en lo que piensas, no nos vamos a negar), desde luego que no habíamos quedado; ni se nos acercaría ninguna.
Tampoco recuerdo si llegaríamos a beber alguna cerveza. No creo que lo hiciéramos, o como mucho un ridículo tercio, que para nosotros era una gran transgresión moral.

A falta de una hora (o más) para las doce campanadas, volvíamos a casa andando desde la discoteca (en Onda las distancias no son pequeñas; son ínfimas).

Recuerdo que estábamos charlando sobre nuestra vida gris, nuestra incapacidad social, pintando todo más negro aún de lo que era. Nos decíamos que habíamos hecho mal en salir, que nunca más saldríamos, y que más nos valía olvidarnos de las chicas, de divertirnos con los amigos, y de todo. Si fuéramos japoneses nos habríamos planteado un suicidio colectivo de esos.

Cabizbajos y tristísimos, nos disponíamos a cruzar la calzada, viendo la puerta de nuestra casa enfrente.

Entonces pasó.

Una furgoneta vieja, oxidada, circulando mientras hacía ruido de chatarra.
Las puertas de atrás abiertas, con un señor gordo sentado, piernas hacia fuera del vehículo.
El señor gordo era Papá Noel. Al vernos, hizo sonar una campana que llevaba consigo, y se rió con su característico “Jo, jo, jo!”.

Mi hermano y yo nos miramos, y sonreíamos.
Ese día, en ese momento, acabó para siempre nuestra vida gris y antisocial.

1990 fue el mejor año de nuestra vida. Irrepetible, porque algunos se han ido para no volver (sniff!). Nunca me he explicado cómo pudimos dar aquel asombroso cambio.

Quizá podamos contar que un día vimos a Papá Noel de verdad.