martes, enero 25, 2005

Pasear (parte II: Piedrín)

Corrían las fiestas de Semana Santa y Pascua de 1991.

Mi hermano se había sacado el carnet de conducir hacía poco meses (yo tenía 16 años), e íbamos aquí y allá con un Renault 7 GTL color rojo. En Pascua, hacían fiesta en un local-recinto al aire libre, situado a tres kilómetros del centro urbano de Onda (fiesta, en estos términos, significa vender alcohol y montar un par de orquestas). Ese local había sido utilizado como piscinas municipales.
Allá íbamos mi hermano, yo, y una panda de quince adolescentes, entre chicos y chicas.

Generalmente subíamos con el coche hasta allí. No mi hermano y yo, sino toda la panda. Dos en el asiento del conductor, tres en el del copiloto, unos seis o siete detrás, tres o cuatro en el techo, uno dentro del maletero, y algún otro sujetándose como podía. No recuerdo el número exacto del récord de personas que subimos en ese coche, pero data de aquellas fiestas (Brother, ilústranos en los comentarios sobre el récord, que te acordarás mejor).

Uno de tantos días no subimos en coche, sino andando.
Bebimos toda la cerveza que podíamos (meando cada cierto tiempo para que cupiera más cerveza en el cuerpo), bailamos, intentamos ligar infructuosamente -como siempre-, y salimos de allí.

En la salida del local, mi hermano y yo hicimos amistad con una piedra gorda que había en el solar que hacía de aparcamiento. Habéis leído bien: hicimos amistad con la piedra. Supongo que si no hubiéramos estado 'desinhibidos' por la ingesta cervezil, no habríamos roto el hielo.

Como no queríamos dejar sola a nuestra amiga, se nos ocurrió llevárnosla a casa. Como ella no podía andar, la teníamos que llevar en brazos. Pesaba unos 25 kilos, pero bueno, por los amigos se hace cualquier cosa.

Durante los tres kilómetros que iban desde donde estábamos a casa, mi hermano y yo nos fuimos turnando la piedra, cada unos 100 metros. Nuestros amigos (la panda de quince chavales) nos miraba un poco raro, pero nos daba igual.

Finalmente, llegamos a casa con la piedra. La presentamos a nuestros padres, pero a ellos no les gustó nuestra nueva amiga. Suele pasar: los padres suelen mirar mal a algunos amigos de sus hijos adolescentes.

Unos días más tarde, cuando se pasó la novedad de la reciente amistad, la piedra se guardó en un almacén que tenían mis padres. Mi hermano la custodió varios años, y allí se quedó olvidada, guardando polvo.

Y aquellos hechos que nunca debieron caer en el olvido, se perdieron en el tiempo. La Historia se convirtió en Leyenda. La Leyenda se convirtió en Mito, y durante trece años el Anillo (ups... perdón! la piedra) pasó desapercibida.
(copyrait de Peter Jackson, La Comunidad del Anillo)


Este verano, tuvimos que hacer, forzosamente, limpieza general del almacén de mis padres (ya que lo habían alquilado); y mi hermano, mientras ordenaba trastos, encontró la piedra.

La subió a mi casa, para enseñármela y recordar viejos tiempos. Pude contar la historia de aquella piedra a mis hijos. Mis hijos cogieron colorines y le hicieron una carita a la piedra, y todo.

Pero no podía dejar en casa, como juguete infantil, un pedrusco de veinticinco kilogramos de peso. Así que pensamos en darle un nuevo hogar.

Enfrente de nuestra casa (la mía y la de mi hermano están a diez metros de distancia), hay un pequeño descampado, con árboles, malas hierbas, pedruscos, y restos de obra. Un día, paseando a los perros, dejamos allí a la piedra.

Era su nuevo hogar.
Mis hijos se encargaron de bautizar a la piedra: se llamaba "Piedrín".

Cada día, al pasear a los perros por el recorrido de rigor, parábamos delante de Piedrín, le saludábamos, e incluso, si se terciaba, jugábamos con ella. Le poníamos unas flores, o plantitas cerca, para que estuviera contenta. "Hola, Piedrín!", "Adiós, Piedrín!".


Y ahora viene el momento mágico de la historia, atención:

Mi hijo Martín tiene alguna dificultad en el desarrollo del lenguaje, de forma que una psicóloga nos dijo que debía aprender palabras, nombres, conceptos. Desarrollar el lenguaje relacionándolo con alguna cosa.

Este verano, al pasar delante de Piedrín, y verla, era el propio Martín quien saludaba, la mar de contento, "Hola, Piedín!!! Aiós, Piedín!!!".

Hace trece años, un par de jóvenes borrachos llevaron, durante tres kilómetros, un pedrusco de veinticinco kilos en brazos, hasta su casa.
Hoy, uno de sus hijos de uno de esos jóvenes, avanza en su desarrollo del lenguaje gracias, entre otras cosas, al pedrusco de veinticinco kilos.

Ah, el batir de alas de mariposa...

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