jueves, septiembre 11, 2008

Duna, diez años.

Poco después de compartir techo, a la mujer con la que vivía se le despertó una especie de instinto maternal. Quería cuidar a alguien (y a mí se me cuidaba de otra manera). Un día de tantos, al llegar a casa tras el trabajo, me di cuenta de que ella había cogido el coche y se había ido vete a saber dónde. Cuando regresó, en lugar de subir conmigo al piso, me pidió que bajara hasta el coche. Abrió el maletero, y Duna estaba dentro de una caja de cartón, con ojos asustados.

Tan pequeña que podíamos meterla dentro del bolsillo de la camisa y que asomara la cabeza y dos patitas. Era mediados de octubre, y la perra había nacido un 9 de septiembre. Ese mismo día entró el primer biberón y el primer chupete en casa (quien me conozca, ya sabrá que los biberones tardarían muchos más años de lo imaginado en abandonar el hogar).




Hoy ya no existe ese hogar. He cambiado de casa cuatro o cinco veces. La mujer que trajo a Duna ya cumplió su instinto maternal de sobras, existiendo un pasado donde la perra le molestaba. Ya no trabajo en el mismo sitio, ni en el otro que trabajé después. Y no soy ni me parezco a la persona que era en aquel entonces. En tres años y medio tras la perra, llegaron tres cachorros más, esta vez de especie humana.

Ayer Duna cumplió diez años. Y si en estos últimos diez años de mi vida algo ha permanecido invariable, eso es sin lugar a dudas la presencia de Duna.

A ver, para entendernos. Hace diez años yo era un auténtico imbécil. Con despacho propio y "paga maternal" a la vez, preocupado por juegos y estrategias políticas, borracho todos los sábados y mitad de los viernes, sin ninguna responsabilidad sobre nada -ni intención de tenerla-, y más contento que un ocho porque una rubia de un metro 85 se había venido a vivir conmigo.

Hoy, aunque mantenga mi imbecilidad en determinados aspectos, no soy alguien sin responsabilidades, ni que prefiera escapar de las mismas (quien me conozca, ya me entiende).
En ese tiempo, sólo he podido mantener una lealtad recíproca con Duna. Hablo poco de ella, no tiene el carácter de "esencia vital" como mis hijos, y no da más trabajo ni problemas de los que da cualquier animal de compañía.
Pero esta ahí. Siempre ha estado ahí, y cualquier descripción de mi vida sin tenerla en cuenta sería falsa. Una anécdota: he hablado muchas veces del convenio regulador de mi divorcio, donde se blinda la custodia compartida, y del orgullo que siento por ese papelito; pues bien, en el larguísimo convenio (8 hojas, 27 artículos), el último artículo es el dedicado a Duna (y que establece que yo soy su propietario).

Hubo momentos tristísimos para mí en los últimos años, de esos de llorar y maldecir tu estampa. Pero con la perra en casa, nunca me sentí solo.



A veces pienso que estos son los años más felices de mi vida. Tiempo en los que los niños son pequeños, yo me convierto en un niño más si estoy a su lado un ratito, y estamos todos juntos planeando cosas. Después, los críos crecerán y harán su vida (con mi alegría y bendición, que el objetivo de la educación no es otro que el de hacer personas buenas y autónomas de tus hijos). Duna faltará.

Siempre reconozco el día que falleció mi abuelo como el fin de la inocencia. Creo que el día que falte Duna, será el final de los "años felices" que ahora me toca disfrutar.

***

Y me está quedando un post de lo más alegre, oiga. Si yo venía a hablar de la perra y de su cumpleaños, no de cuando el pobre animal la espiche.

Ayer fue su cumpleaños; y como todos los años, tuvo su fiestecita.

Duna come todos los días pienso. Pero el 9 de septiembre le doy carne de ternera. Y una tarta con velas (que apagan mis hijos), en la que nos untamos los dedos para que Duna chupe un poco de nata.

Ah!, y regalos. Ayer le cayó un collar nuevo, dos juguetes, y un hueso asqueroso de esos que muerden y luego da repelús tocarlos.

Yo disfruto como un enano en el cumpleaños de la perra. Mis hijos, más (a la pobre no la dejaron en paz en todo el día). Y Duna, nerviosa. Que es como le toca estar a un "bajito" de la casa en su fiesta.



Feliz cumpleaños, Duna.

6 comentarios:

Fantine dijo...

Felicidades a la homenajeada! Que ya va camino de ser una ancianita venerable :D

Gorpik dijo...

Oye, una preguntita tonta. ¿Por qué es Duna nombre de perra? Quiero decir que he conocido a varias llamadas así y me llama la atención.

Pucela dijo...

Fantine: moltes gràcies. Llévese un lametón de parte de la perra.

Gorpik: ¿ese jovencito dibujado del avatar se supone que eres tú? ¿yo había nacido cuando te dibujaron así?

Y batallita sobre el nombre:
Cuando mi compañera trajo la perra a casa se abrió un debate sobre el nombre. Al final, y no sé porqué, decidimos que sería D?NA (ha de ser corto y sonoro para que los perros lo entiendan).
Nos quedaba:
Dana, pero conociamos a una rumana que se llamaba asi (nombre de chica, y no de perra), y a un travesti con ese nombre que ganó Eurovision ese año.
Dina, y a mí me sonaba a DIN A4, o DIN A3, según lo que quisiera imprimir.
Dona, que significa "mujer" en valenciano y no nos gustaba.
Y hubo que elegir entre Dena y Duna. Como la perra era marrón, al estilo de la arena (y la arena forma dunas y no se qué), pues con Duna se quedó.

Yo no conozco ninguna Duna como perra (de mujeres, hay una actriz que se llama así, mú mona ella). Lunas unas cuantas. Y si hay más Dunas, que se sepa que la mía es la original. Ea.

Gorpik dijo...

La perra de mi vecina se llamaba así (tal vez fuera de su novio, porque ambos desaparecieron a la vez). Y en otra ocasión vi a alguien por mi barrio que llamaba "Duna" a una perra.

En cuanto al avatar, mis dotes artísticas ya no dan para más. No sabía cómo evitar que me saliera un jovenzano imberbe.

Pucela dijo...

Oye, pues debe ser que en los madriles Duna es nombre de perro. Me aprovecharé y dirépor ahí que mi perra es de Madrí.

Estás muy mono en el avatar, por irreal que sea, y la juventud se lleva en espíritu, dicen... (voy cambiando de discurso que cada día tengo más entradas -en la cabeza, de poco pelo, se entiende-)

Anónimo dijo...

También tuve una perra llamada Duna. Una rueda de fuego, bastarda de terrier y bulldog por obra y gracia de un descuido de un criador amigo. Luego vino Dayan, Mosse Dayan, bulldog purasangre. Pero eso es otra historia que será contada en otro momento.