domingo, enero 26, 2014

Diez página sobre Duna (9/10: Nunca estarás sola)

Todos estos días he ido contando aspectos mas o menos divertidos, momentos importantes, el inicio o el final de la presencia de Duna en nuestras vidas.
Mañana se cumplirán dos años de su fallecimiento, y hoy, casi cerrando este pequeño homenaje en el blog, voy a contar un pequeño secreto: y es que yo tenía un pacto de caballeros con Duna.

Duna, novena página: la promesa.

No recuerdo el momento exacto, ni el contexto, sino las sensaciones. Estábamos solos Duna y yo, y yo me sentía tremendamente solo, a pesar de estar casado, tener un hijo y esperar el segundo (creo que era sobre esa época), y tener una vida social que podía llegar a ser agobiante.
Me sentía solo, seguramente tras una discusión familiar poco antes del desmoronamiento de mi matrimonio y de lo que yo pensaba que iba a ser mi vida los próximos años. 
Pero no estaba absolutamente solo, porque Duna estaba conmigo.

Recuerdo perfectamente un instante... Enjuagándome las lágrimas, cogiendo la cabecita de la perra para agradecerle que estuviera a mi lado incondicionalmente, y hacerle una promesa: que nunca estaría sola, nunca le daría de lado y mi lealtad a Duna sería tan inquebrantable como lo era la suya conmigo.

Hay unas pocas cosas de las que me siento especialmente orgulloso; ninguna tiene que ver con mi vida laboral o política, sino más bien con la familiar y con mis hijos: sin duda, lo mejor que hice nunca.
Como el convenio que blindaba la custodia compartida y que firmé con la tinta original del boli de Lito.
Una de ellas es el haber cumplido mi promesa a Duna. Aunque no lo hubiera hecho ella me habría sido leal, pero no lo habría merecido.

Duna, con una chapita azul en su collar (cuyo significado venía a ser que íbamos a cuidarla siempre)


En Navidad se hacía más explícita nuestra promesa.
Todos los años he cenado donde estuviera Duna en nochebuena, porque entendía que mi hogar no estaba completo si ella no estaba. Entre los años 2007 y 2011, además, la cena de nochebuena era sólo para dos: Duna y yo. A veces he discutido con mi familia (padres y hermano) por la decisión de pasar solo esa noche... cuando en realidad la decisión era la contraria: la de pasarlo acompañado, y además evitar que Duna estuviera sola en un día, digamos, "familiar".
Nochevieja era aún más especial; nochebuena puede ser un largo día, donde incluso podrías cenar con tres grupos distintos; pero nochevieja es sólo un momento. Duna y yo teníamos una tradición para ese momento: Duna estaba a mi lado (con mi mano en su cabeza) o en mis brazos, y al comer las uvas, yo me comía sólo once y le dejaba a ella la duodécima.
AL final de 2012, por primera vez desde que tengo hijos, no pude seguir la tradición: un motivo más para detestar ese año.

Recuerdo una desagradable anécdota en casa, cuando en un embarazo, la madre de mis hijos pensó que Duna podía contagiar la toxoplasmosis (o algo así, ya me he olvidado del nombre) al feto, y que debíamos quitar a la perra del medio. No podía permitir que a ninguno de mis hijos le pasara nada, pero tampoco estaba dispuesto a fallarle a Duna: me cogí días de permiso, y me tiré una semana estudiando sobre el tema, hablando con veterinarios y gente que entendiera de ello, y poder llegar a la conclusión de que era imposible tal contagio.
Aún así, ante las dudas que se me ponían sobre la mesa, declaré que donde estuviera Duna, estaría yo. Que no habían cuatro paredes que pudiera llamar "hogar"si Duna no tenia cabida entre ellas.
Si alguien se pregunta qué hubiera pasado en caso de que el contagio fuera posible, que no tenga dudas: me habría desdoblado, manteniendo dos casas para que Duna siguiera conmigo.

Y recuerdo otra anécdota, más íntima pero más simpática, con las mismas protagonistas: Duna y la madre de mis hijos.
Un tiempo después, hubo una época en que la madre de mis hijos quería que me quedara en su casa y no en la mía (cosas veredes, amigo Sancho), pero ni ella me lo iba a pedir ni yo me iba a quedar a motu propio.
Y entonces ella tuvo una gran idea: cuando llegué a Onda del trabajo, pasé para saludar a los niños y me encontré a Duna en aquella casa (con su camita, sus utensilios de comida, y juguetes), bajo la excusa de que "en mi casa hacía mucho frío y la pobre perra lo pasaría mal". Evidentemente, me quede esa noche en casa de la madre de mis hijos, pero esa es otra historia que debe ser contada en otra ocasión.

La lealtad recíproca entre Duna y yo nos hacía especiales a ambos.
Duna me esperó para morir, el 27 de enero de 2012, a que pudiera acogerla entre mis brazos (supongo que es una triste casualidad, pero me gusta pensar que no es así).
"Nunca estarás sola", le prometí. Y nunca lo estuvo.

Tampoco lo estuvo en el trámite posterior a la muerte; pero eso es otra historia, la que contaré mañana en el blog, hablando del recuerdo de Duna.

jueves, enero 23, 2014

Diez páginas sobre Duna (6/10: Pasear)

Recuerdo una triste epoca en la que casi no salíamos a pasear con Duna, aprovechando que la perra vivía en una casa con terraza (al princpoio de su vida)o en una casa con galería.
AUn asi, cuando despues de 2-3 años sin paseos comenzzamos a pasearla de nuevo, la perra se comportaba estupendamente, esperando a hacer sus necesidades en las horas de paseo. LO cierto es que Duna era mas limpia y aseada que nosotros mismos, a  pesar de no ser humana.

DUrante la segunda mitad de su vida, si que paseaba todos los dñias (dependiendo de mi horario de trabajo, una o dos veces). PEro el paseo de la tarde era inexcusable.

REcuerdo perfectamente como comenzamos de nuevo a pasar con Duna, y porque. VIviamos en la casa grande (un adosado de mas de 200 metos cuadrados si contamos garaje, cerca del antiguo instituto de Onda y que compartia una de las paredes con la que aun hoy es la vivienda de mi hermano).
LA madre de los niños se torció una pierna, y no tuviron mas remedio que enyesarla y decirle que la tuviera en alto la mayor parte del tiempo... de forma que no podíamos hacer muchos planes familiares para ir a sitios divertidos con los niños.
PAra no estar encerrados en casa, se nos ocurrio osalir a dar largos (muy largos)paseos con Duna. 
AHi nació la costumbre, que ya no abandonamos nunca hasta la muerte de la perra, y pasear a Duna (lcasi el 100% de las veces acompañadp de los críos)se convirtió en una divertuida obligfacion diaria.

NOs recorrimos, desde una esquiina de Onda, las tres esquinas restante., y lo que en su día parecio una excusa para matar el tiempo sin estar en casa (era verano cuando ocurrió oel esguince), se convirtió en la parte mas importante del dia,.. los "paseos felices" con Duna.

ALgunas de las historias que he escrito en este viejo blog vienen de los paseos felices con Duna. POsiblemhay dos que de ellos que recuerdo con especial cariño...

LA historia de Piedrñian.
Ya he contado en otra entrada )aqui= la historia de la piedra que recogimos mi hermano y yo borrachos en 1990, haciendonos amigos suyos en una discoteca improvisada para Pascua a 3 kilometros de Onda, y que llevamos en brazos hast casa.
La recuperamos, y la dejamos en unsitio por donde soliamos salir a pasear con Duna, aprovechando para saludarla todos los dias...
Los bichos a rayas. No se a que es debido, pero cuando llovia,o con el calor, soliamos encontrar a lo largo del paseo varios "bichos a rayas" (que no eran otra cosa sino millpies), que los niños solían coger en sus manitas, jugar con ellos, y luego dejar de nuevo amablemente en el jardin o descampado donde los hubieramos encontrado.

Tambien es curioso recordar los acompañantes de los paseos felices con Duna.
LA madre de los hijos, por supuesto se recupero del esguince en la pierna, y acabo apuntandose a la mayoria de paseos, junto con los tres niños y yo. 
OLtro de los que se apuntaban muchas veces era mi hermano Saul, y el perro que recogio dmi hermano y que se convirtio en el mejor amigo de Duna una buena epoca, Cuqui.
TAmbien hablamos en su momento del falecimiento de Ciuqqui, y como hicimos lo posible para salkvarlo y permiti a mis hijos que se despidieran de el, en un tristisimo dia familiar.

Y por supuesto, si me pongo a recordar los paseos felivces con Duna, he de recordar el nacimiento del Comando Piruleta.
JUnto al centro de salud de Onda hbañia un parqe donde podiamos soltar a Duna un rato y que jugara a correr entre nosotros y con los niños, persiguiendonos (una especie de pilla.pilla perruno) o a la caz de una pelota.
ERa uno de los sitios que mas visitabamos en los paseos felices, hasta el punto de que se convirtió en costumbre parar un rato a descansar en ese parque a la vuelta de cualquier paseo )pues estana muy proximo a casa).
AL lado del parque habñia una tauleta, y soliamos comprar una piruleta (de esa rojas con forma de corazxon que estan tan buenas) paa todo slos integrantes del grupo, a excepcion de Duna.
Para referirnos de alguna forma a ese parque (que aun hoy desconozco cual es su nombre real) lo acabamos denominando "parque piruleta", y nosotros que ibamos alli eramos el "comando piruleta".
DUna era Piruguau, la Capitana del Comando.
COmo ya sabeis quien me conozca, luego el "comando piruleta" ha sido la forma simpátia d referirnos a nuestra familia cuando hacemos algo divertido (a fin de cuentas, sera el nombre comercial del grupo autor de los videos Chukychorras y oras tonterias; asi, cuando nos hagamos famosos, recordaremos a Duna como fundadora del Comando).

Los paseos felices fueron, posiblemente, la mejor epoca dela vida de Duna, cuando los niños aun eran pequeños, no estabamos agobiados por divorcios, crisis, trabajo asfixiante o enfermedades... 
Hay veces que recuerdas momentos con tanta intensidad que puedes revivirlos como si estvuvieras alli de  nuevo, y no puedes creer que en realidad duraron solo unos minutos; tambien hay momentos o epocas enm las que, aunque no puedas recordar la sensacion de un instante exacto, si recuerdas la epoca, los olores, la felicidad en conversaciones inrascedntes, la compañia...
RCuerdo cmuhos intsntes con Duna, pero una epoca por encima de todas, la de aquellos paseos felices.
ES curioso comprobar que, busque en el rinconcillo que busque de mi menmoria, Duna estaba allí, Duna formaba parte de esa pequeña historia personal que construñiamos.

TRas la muerte de Cuqui, y mi mudanza debido al divorcio, se acabaron los largos paseos felices con Duna, ya que tuvbe que irme a vivir a la optra punta de Onda (literalmente a la otra punta, en el sitio mñas alejhado de donde vivia anteriormente, aunque la ciudad no sea muy grande que digamos).
Por supuesto, seguimos paseando a Duna, aunque el protagonismo ya no era suyo sino de ir a algun parque a que los niños jugaran, y de paso Duna se venia con nosotros. EL parque de la Casa Roja, el de la Panderola, el de al lado del colegio.....

AUN despues de eso, y durante los dos/tres ulñtimos años de Duna, cambiamos de costumbre, y tras una tarde de debres, juegos o lo que tocara, y justo antes de preparar la cena y cenar, saliamos (generalmente los tres nioños y yo, rara vezx con algun otro acompañañnte) a pasaear por los alrededores de casa, generalmente en algun recorrido que pasara por el parque de tierra de la Panderola, justo detras de casa y que le encantaba a la perra.
Ahora, esos paseos servian para pasar un rato con mis hijos y que me contaran cosas intrascendentes pero que servian para conocerlos un poco mas.
Y Duna, ya mayor y menos marrón, estaba alli, con nosotros.


CUando muere un ser querido, te embarga en algun momento una sensnacion de vacio insoportable.
EN casa paseamos a Duna, sonre las ocho de la tarde, todos los días, y quiza en otrohorario los ultimos 6-7 años.
AL morir Duna, los dias siguientes a las ocho de la tarde no sabiamos que hacer en casa.
NOa habian robado una parte del dia, el paseo del Comando Piruleta.
PIruguau ya no estaba allí.

martes, enero 21, 2014

lunes, enero 20, 2014

Diez páginas sobre Duna (3/10: Su aspecto)

Tras dos páginas algo extensas, escribo ahora una tercera más breve, continuando el pequeño homenaje a Duna, la perra que nos acompañó trece años de mi vida, a punto de cumplirse dos años desde su partida. En esta tercera página, quiero comentar algo tan mundano como el aspecto.
He leído en incontables ocasiones eso de que los perros no nos discriminan por nuestro aspecto, y que a ellos les da igual de verdad si somos altos o bajos, gordos o flacos, guapos o feos, jóvenes o viejos; a Duna, obviamente, le daba igual cómo eramos. Y a nosotros nos daba igual cómo fuera ella... lo que no quita para que nos encantara su aspecto, inquieta, peluda, su flequillo...

Duna, tercera página: 4 kg envueltos en pelo.

Nunca hemos sabido qué mezcla exacta de razas podía ser Duna; ni tenía pedigrí, ni queríamos que lo tuviera, pero es que tampoco podíamos clasificarla en una u otra raza concreta.
Alguien nos comentó, tras verla (no recuerdo quién) que era un cruce entre perro de aguas y pekinés o yorkshire. Evidentemente tienen un aire (son pequeños, van a cuatro patas, tienen hocico...), pero no hemos podido identificarla.
Además, como yo nunca vi a su madre (o padre) ni hermanos, ni idea del aspecto de los mismos y si se parecían a mi perra.

El caso es que Duna era una perra pequeña, muy peluda, de color marrón oscuro (que se fue aclarando con la edad, al final de su vida era mucho más clara, casi grisácea).

Duna de jovencita, fase peluda
Era un perro doméstico (Canis lupus failiaris) como es evidente. Y de sus rasgos podría comentar lo siguiente (aprovechando el leer algo sobre morfología perruna):
- Pelaje doble, cuya capa inferior suave era de un marrón más claro
- Cola en tirabuzón; no sólo no le cortamos la cola, sino que no podríamos haberlo hecho: como comentaba en otra entrada, no consideraba a Duna como mía en el sentido de poder hacer lo que quisiera con ella, y cortarle la cola me habría parecido una mutilación inaceptable
- Un hocico muy poco alargado
- Buena vista, que no perdió nunca; al final de su vida empezaba a tener cataratas, pero muy brevemente y sin llegar a afectarle demasiado la vista. Posiblemente hubiera ido perdiendo facultades, pero el corazón (como ya relaté le falló antes)
(NOTA: Otra cosa es que nadie nos explicamos nunca cómo podía ver la pobre perra si sus propios pelos le tapaban continuamente los ojos -la foto que acompaña la entrada es una buena prueba de ello-; en cualquier caso, la rapidez para coger pelotas al vuelo hacía suponer que la perra, de alguna u otra forma, ver veía)
- Orejas caídas a ambos lados, que (supongo por su morfología) nunca puso tiesas

Duna nunca llegó a pesar 5 kilogramos; a veces se aproximaba (creo que cuando tenía el pelo más largo), pero siempre estuvo -de adulta- entre los 4 y los 4,5 kg.
No estuvo nunca gorda ni delgada, alimentándose de pienso (salvo contadas excepciones) y superando las revisiones que le hacía el veterinario.

Sobre el pelo, lo cierto es que Duna tenía "temporadas de verano" y "temporadas de invierno", ya que una vez adulta la rapábamos del todo cuando venía el calor, y luego le dejábamos crecer el pelo hasta la primavera/verano siguiente.

Depende de la época, a veces nos parecía más graciosa peluda o rapada; no sé cuál era el favoritismo del propio animal, ya que siempre estaba igual de contenta, nerviosa y con ganas de jugar tuviera mucho o poco pelo.

Un aspecto curioso de ella es que, cuando la sacábamos a pasear y quería hacer pipí (qué cursi queda esto...), no se agachaba o levantaba una pata (Duna es una hembra, como es obvio), sino que solía levantar las dos patas a la vez para apoyarlas en una pared/árbol/loquesea y así mear tranquilamente.

Hay dos formas en las que nunca vimos a nuestra perra:
- En la típica posición de ataque (cuerpo echado hacia delante, enseñando todos los dientes, etc., que suelen detallar los artículos sobre actitud canina): en trece años de vida, no recuerdo una sola vez que atacara o pareciera atacar a nadie. A veces podía jugar agresiva con otros perros en el parque, pero se notaba que era un juego
- Embarazada. No le hicimos ninguna intervención para evitar que pudiera quedarse embarazada ni esterilización, pero aún así la pobre Duna no fue montada nunca por ningún perro ni, claro, se quedó preñada (tuvo un par de embarazos psicológicos a lo largo de su vida, tratados con el veterinario)

Y acabo esta entrada con lo más familiar de su físico: el flequillo.
Lo más característico al verla era el flequillo que le caía sobre los ojos; a veces cuando la rapamos le dejábamos ese flequillo porque nos parecía muy simpático y tal.
Quizá en la foto de esta entrada no se aprecie, pero en la que es foto de portada de mi perfil en facebook se ve mejor; y recordando su flequillo, termino la página de hoy.

domingo, enero 19, 2014

Diez páginas sobre Duna (2/10: La llegada)

Yo no quería un perro. No tengo miedo a los perros, me gustan y han estado muy presentes en mi vida, pero en octubre de 1998, me negaba en redondo a que entrara un perro en casa.

Lo habíamos discutido en ocasiones mi pareja y yo, que estábamos viviendo juntos desde hacía pocas semanas; ella quería traer un perro, y yo prefería seguir los dos solos en casa. A fin de cuentas, hasta hacía pocos meses habíamos vivido juntos como "unidad familiar" mis padres, abuelos (hasta su fallecimiento) y hermano; y ahora vivía junto a una chica en una casa donde no eramos los "niños": quería disfrutar de ello y no tener responsabilidad ninguna. En realidad, estaba más acostumbrado a tener perros que a tener chicas rondando por casa... hasta que llegó ella.

Duna, segunda página: llegando a casa.

Antecesores de Duna.
No es del todo cierto que no quisiera un perro en casa por la responsabilidad que ello supone; tampoco lo quería por todo eso de que se les coge cariño, y luego te da mucha lástima lo que les pase, y blablabla.
Hasta que llegó Duna, había tenido dos perros en casa; aunque en ningún caso como dueño de los perros o responsable de ellos, sino como niño que jugaba con los que había por casa.

Fevi. Después de mucho tiempo insistiendo, convencí a mi madre -y los restantes miembros de casa- para comprar un perro (como todo niño que en algún momento de su infancia -o preadolescencia en este caso- quiere una mascota).
Fevi se llamaba así por un pastor alemán que había tenido mi madre de niña, y el nombre era la unión de la primera sílaba de sus dos apellidos (Feliu + Villada). Fevi era un Shih-Tzu, y tenía muy mal carácter, gruñía (e incluso nos mordíó alguna vez) y solía estar más interesado en que le dejásemos en paz que en jugar.

Foi. Cuando se murió Fevi (que tenía una salud bastante pocha), mi madre no podía soportar la pena y en casa se compró (de la noche a la mañana) a otro Shih-Tzu. El nombre era una desviación de Fevi, y el animal era absolutamente pacífico, tranquilón y grandote (pesaba al menos el doble que Fevi).
Cuando me fui de casa, y mis padres se mudaron a la casa de campo donde aún viven, se llevaron a Foi con ellos, donde tuvo una vida plácida y una vejez achacosa, hasta que murió un tiempo antes que la propia Duna, ganándole a ella en longevidad.

Mis padres tuvieron -y tienen- otros muchos perros, pero no eran "perros que vivían en casa", y por tanto no se parecen a Duna en la convivencia con ellos.

El debate sobre qué tipo de perro.
Aunque no quería un perro, si que hablábamos a veces sobre la posibilidad de tener uno, qué nos gustaría, y todo eso. Como en casa siempre he tenido libros y más libros perrunos, podíamos buscar por aspecto, carácter y por todo lo que quisiéramos.

Vivíamos en una casa pequeña (70 metros cuadrados), así que lo primordial era que fuera de tamaño pequeño o mediano, todo lo más. Sobre que fuera macho o hembra no recuerdo haber debatido ni la opinión que podíamos tener al respecto.
Al final, creo que la preferencia era un Schnauzer enano, que parecía muy gracioso con su barba y bigotes. Recuerdo haber mirado el precio de un perro de dicha raza... pero, como decía, no quería ningún animal en casa, así que era un debate estéril.

Una miniatura peluda y temblorosa.
En algún día del mes de octubre de 1998, poco antes de Fira d'Onda, comenté con mi pareja que "en todo caso, si entraba un animal en casa, ya no saldría, porque lo que no íbamos a hacer es adoptar un perro para dejarlo tirado" (no lo decía como incentivo para coger un perro, sino al contrario).

Mi novia (habrá que llamarlo de alguna manera) me dijo que necesitaba el coche para no se qué de su familia de Castellón o algo parecido, y se fue con el viejo Rover azul; cuando regresó, ya por la tarde, me dijo que tenía una sorpresa...

...abrió el portón trasero del coche y allí, dentro de una caja de cartón, temblando como una hoja, había un animal muy pequeño, peludo con varios tonos de marrón. Cabía en un bolsillo de la camisa, y era una perra sin pedigrí ni raza conocida.

No recuerdo el día exacto en que llegó Duna a casa; pero puedo visualizar como si hubiera pasado hace sólo un rato a mi novia abriendo el portón y la perra mirando asustada desde su caja de cartón.

Duna de bebé en su nueva casa
Como había avisado, ese día entró en casa para formar parte de la familia, y ya nunca saldría.

9 de septiembre de 1998.
Eso es lo que me dijo la "compradora" de la perra que, a su vez, le habían dicho donde la cogió: había nacido unas seis semanas antes, el 9 de septiembre de 1998.
Parece que unos niños (y sus padres, claro) eran los dueños de la madre, ésta había tenido cachorros, y los vendían por lo que el comprador quisiera dar.
Los cachorros habían sido tres, o quedaban tres sin vender hasta ese momento; mi pareja eligió a Duna entre esos tres vete a saber porqué.
El "precio" era a convenir por miedo de los dueños de que utilizaran a los cachorros para algo perverso; nosotros pagamos 2.000 pesetas por Duna.
El lugar donde nació fue en una vivienda de Almazora, hasta donde fue a comprarla, tras haber visto un anuncio en un "detot" o un periódico similar de anuncios.

A veces -mientras vivía Duna- he pensado en buscar ese anuncio, preguntar o saber qué ha sido de la madre de Duna, de sus hermanos, de la familia humana en cuya casa nació; poder decirles que la cachorra estaba bien cuidada  y la queríamos.
Lo cierto es que nunca lo hice, aunque supongo que tampoco es muy importante.

Duna, el nombre.
El mismo día que llegó a casa, empezamos a pensar en el nombre que debíamos darle.
Debía ser femenino (obvio), corto y sonoro para que el pobre animal lo entendiera bien.

Decidimos que sería un nombre de cuatro letras, empezando por "D" y acabado por "NA".
Nos quedaba: Dana, Dena Dina, Dona y Duna. Y nos decidimos por eliminación...
Dana no; conocíamos a alguna chica que se llamaba así y un transexual israelí con ese nombre acababa de ganar Eurovisión.
Dena no; era el que menos nos acababa de gustar de los cinco, aunque fue finalista.
Dina no; me sonaba a la denominación de los folios o doble folio (DIN-A-4, DIN-A-3)
Dona no; ya que significa "mujer" en valenciano/catalán
Duna: nos gustaba, y aunque es el mismo nombre que los montículos de arena en el desierto y tal, como la perra era de color marrón con varias tonalidades, creímos que era incluso mejor.

Y de esa forma llegó Duna a nuestra casa y obtuvo su nombre; mi pareja y yo dejamos de ser sólo dos en casa. Poco después de llegar Duna, se quedaría embarazada (mi novia, no la perra) y nacería mi primer hijo; para entonces ya no seríamos novios sino que nos habríamos casado... pero esa es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.

sábado, enero 18, 2014

Diez páginas sobre Duna (1/10: La ida)

Dentro de diez días, se cumplirán dos años desde la muerte de Duna, la perra que nos (me) acompañó en casa durante más de trece años. Cuando he pensado en ella desde que se fue, siempre sentía a la vez una enorme tristeza y melancolía por su partida, junto a la alegría y gratitud por haber disfrutado de ella; creo que en este aniversario va a "ganar" la alegría del recuerdo de Duna sobre la tristeza porque ya no esté. Y por eso voy a escribir de nuevo en el blog, a modo de homenaje, sobre Duna: diez pequeñas entradas recordando al ser vivo que estuvo siempre, incondicionalmente, a mi lado. Como yo al suyo.

Duna, primera página: la muerte.

Quiero comenzar por el final de la vida de Duna, relatar sus últimos días y cómo se fue. Querría que nunca hubiera tenido que irse -que nunca se fuera-, igual que no quiero irme yo nunca, ni desde luego ninguno de mis hijos, pero todo eso es irreal, la muerte es natural y forma parte de la vida, dotándola de sentido.
Si acepto eso (la naturalidad de la muerte), no puedo imaginar una partida mejor que la que tuvo Duna; cuando yo tenga que morir, me gustaría que fuera como ella.

Por mi parte, deberé decir que tenía un miedo horrible a que se diera cualquiera de las dos siguientes circunstancias cuando muriera Duna:
- por un lado, que Duna muriera sola; una de las cosas de las que me arrepiento sobre mi perra, es que estaba sola más tiempo del correcto, debido a las especiales circunstancias de mi familia. Pensaba que algún día, cuando llegara a casa de trabajar o de alguna otra obligación, Duna estaría muerta, habiéndose visto sola en alguna de las horas pasadas, sin nadie que estuviera a su lado al partir. Me daba tanto miedo pensar en eso, que muchas veces al volver a casa, sentía una pequeña angustia si desde el portal de casa no la oía ladrar y brincar alegre sabiendo de mi llegada.
- por otro lado, que yo debiera decidir sobre la muerte de Duna: que tuviera algún problema de salud donde lo "coherente" hubiera sido sacrificarla. Para entendernos, diré que nunca he pensado que yo era el "amo" de Duna, sino más bien su "compañero humano", encargado de su bienestar tanto como ella se encargaba de querernos y ser parte de la familia. No tenía poder sobre su vida o su muerte; pero tampoco podía permitir que sufriera sin sentido, y temía profundamente verme en la necesidad de elegir si sacrificarla para que no sufriera, o permitirle sufrir gratuitamente.

Como si Duna supiera que temía ambas cosas, su forma de partir disipó todos los miedos. No hubo sacrificio, no murió sola. Voy a contar cómo se fue.

La longevidad.
En diciembre de 2011, recuerdo un paseo de Duna con mis hijos donde hablábamos de la edad de la perra y de otros perros que han vivido o vivían con alguno de nuestros familiares. Posiblemente, Duna era la mayor de todos (ya había cumplido trece), pero su carácter nervioso y alegre (además de la raza, o la falta de ella) hacía presagiar que viviría mucho tiempo más.

La enfermedad.
Un triste día de enero que ya he olvidado, cuando iba a sacar a pasearla, Duna se desplomó en el suelo, respirando pero sin poder moverse. De inmediato, reuní a mis tres hijos -algunos se habían ido a dar una vuelta-, y fuimos al veterinario. Cabe decir que pasados 2-3 minutos, la perra pudo comenzar a moverse, y después seguía igual que siempre, con toda naturalidad queriendo pasear y disfrutar del parque.
Comenzaron entonces unos días marcados por ver qué le pasaba, medicación, cuidados y preocuparse. Cada vez los "ataques" iban a más, y a la perra se le notaba más débil.
El diagnóstico es que el corazón le había crecido demasiado, y parece ser que se bloqueaba produciendo unos pequeños "infartos"; se tomaba medicación para que no le pasara, pero el veterinario ya nos advirtió de que podía recuperarse (y hacer "vida normal", aunque con cuidados, que ya era vieja de por sí), o morir en uno de esos pequeños ataques.
Con mi miedo porque no estuviera sola, fui haciendo encaje de bolillos para que si se quedaba sola, fuera el menor tiempo posible.

En esta enfermedad (que no entiendo, porque de salud es de lo que menos entiendo del mundo), había que tener en cuenta que el animal no sufría (no le dolía, más allá del evidente susto que podía llevarse), y que era una cuestión genética, de forma que no es nada que hubiéramos causado ni hubiéramos podido evitar: Duna venía así "de serie", como yo vengo miope u otro viene con los pies planos.

El último día.
El 27 de enero de 2012, yo debía ir inexcusablemente al trabajo y estar fuera por seis o siete horas. Mis hijos estaban en el colegio, o en casa de su madre, hasta que yo llegara. Y a mí me aterrorizaba pensar cómo estaría la perra, que los últimos dos días había tenido más ataques que nunca y respiraba con dificultad; para que no le pasara nada por la noche sin que yo me enterase, las dos últimas noches había dormido conmigo, en mi cama.

Para no estar sola, ese día ocurrió algo curioso, y es que como nadie podía cuidarla o atenderla todo el tiempo, se turnaron para ello. Mis padres, la madre de mis hijos (que fue quien la trajo a casa trece años atrás) y mi hermano se fueron pasando por mi casa, visitando a Duna y contándome qué tal estaba.
Y de esa forma, el destino quiso que Duna pudiera despedirse de todos los que la habían querido y cuidado en su corta vida.

Cuando llegué a casa, me ocupé de que comiera, de su medicación y de bajarla un momento al parque. Luego, mientras hacía la cena para los críos (era viernes, y ese fin de semana los cambiaba con su madre y me tocaban a mí), los niños se ocupaban de tenerla entretenida y calentita frente a la estufa, tanto Juanma como Salva o Martín la tenían en sus brazos mientras ella jugaba muy débilmente.
Y de esa forma, el destino quiso que su última hora la pasara jugando con sus "hermanos", o siendo acariciada por ellos si se cansaba frente a la estufa, en su hogar.

Nos pusimos a cenar, y puse en la tele un capítulo de Fraguel Rock (es curioso las cosas que se recuerdan a veces...); mientras Duna estaba en el sofá de casa le dio uno de sus ataques, pedí a los niños que se metieran dentro de la habitación para no verlo, y la cogí en brazos, apretándola contra mi pecho, para que no estuviera asustada.
Y así murió Duna: en mis brazos, en nuestra casa, tras un día en que fue cuidada por todos aquellos que la quisieron, sin sufrimiento ni dolor físico. Si un ser vivo merecía una muerte bella y poética como esa, sin duda era Duna; la tuvo, y me siento extraordinariamente feliz por ello.

No creo en el destino ni karma ni cosas de esas, pero ojalá en mi último día tenga la oportunidad de compartir un poco del tiempo de todos mis seres queridos, para al final expirar, sin dolor, en los brazos de aquella persona a quién más ame. Y ojalá, un tiempo después, cuando se recuerde, alguien piense que yo merecía morir así. Duna merecía morir así.

Y fin por hoy; mañana, otro recuerdo sobre Duna.