lunes, enero 30, 2006

Mitología católica.

Emule trajo a mi casa la serie de Mazinger Z. Tras ella, las de Erase una vez... de historia (regalada desde Madríz) y del cuerpo humano. Van bajándose Fraguel Rock, Vickie el Vikingo, Willy Fog, Bola de Drac (ésta es una afición mía), y otras.

Entre ellas, la magnífica Storyteller de Jim Henson. Tengo bajados ya los trece capítulos: la primera parte (9), sobre cuentos populares, y la segunda(4), sobre mitos griegos.
Mis críos sienten una especial atracción por el Minotauro; aunque la que vimos el viernes todos juntos iba sobre Perseo y la Gorgona (y fue la última, ya que nos hemos pulido las trece, algunas varias veces).

En ese episodio salía el titán Atlas, a quien Perseo le hace el favor de dejarle mirar a Medusa, convirtiéndole en montaña para no sufrir el peso del cielo. Mi hijo mayor, Juanma, se mostró muy interesado y me preguntó si había más leyendas y mitos.

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Tras esta introducción, entenderéis que me pasé media tarde del viernes hablando de mitología griega con mi hijo mayor, escudriñando en la wikipedia para consultar sus (nuestras) dudas.



Así, entre otras cosas, me enteré de que en Roma, los 17 de diciembre se celebraba la Saturnalia, en honor al dios Saturno. Se celebraba esa fecha por la cercanía con el solsticio de invierno y tal. Pero es que Saturno es el equivalente del dios griego Cronos, que tenía por hobby devorar a sus hijos (el único crío que se salvó fue Zeus, que luego montó la guerra de Titanes contra Olímpicos, la misma que comentaba Imperator en los comments).

El caso es que el 17 de diciembre, festividad del dios que se comía a sus hijos, es... mi cumpleaños. Esperemos que sea casualidad y no sea una señal del destino o alguna charlatanería de esas. Juas.

(Inciso: si alguien sabe de algún libro interesante sobre mitología griega para disfrutar con mi hijo de ella, que recomiende, que cuando hago caso a las recomendaciones suelo salir contento de ello).

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Juanma escuchaba, leía y quería saber más de todos esos mitos y leyendas.
Me preguntó si eran reales, si existían en nuestro mundo o sólo en el mundo de fantasía.

Yo le expliqué que todo eso existe sólo en fantasía, que no hay un Olimpo en el cielo mirando qué hacemos los humanos. En nuestras vidas, debemos arreglárnoslas por nuestra cuenta, sin esperar que aparezca Zeus, Hércules o todos los Argonautas a sacarnos las castañas del fuego.

Comparé a la mitología griega con los dogmas y tesis del catolicismo. Ya que ninguno puede probarse ni demostrar que sucedió en la realidad (salvo que hubo un tipo que se llamaba Jesús, así como existe Troya pero no Ulises y su Odisea).
Le conté un ejemplo: si se cortaba (como cuando se hizo un corte en la barbilla y le pusieron cuatro puntos), era mejor ir al médico y curarse el corte, en vez de rezar a ningún Cristo, Zeus o Alá para que "mágicamente" te curaran.

Cuando el niño estaba un poco perdido, o eso creía yo, le pregunté si me entendía. Respondió que sí, y le pedí que me diera un ejemplo. Me dijo que "por ejemplo, es real que Jesús vivió, pero eso de que resucitara es una leyenda de la mitología católica, como el minotauro es una leyenda de la mitología griega".

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Después, os cuento otras dos anécdotas de mi hijo mayor. Que tiene seis añitos, y ciento diez centímetros (más o menos).

domingo, enero 22, 2006

Día Veintidós.

Hoy es día veintidós de enero.

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Hace ocho años, yo estudiaba (es un decir) la Diplomatura en Relaciones Laborales en la Universitat Jaume I de Castellón, lo que compaginaba con mi trabajo en mi propio despacho de abogados, que compartía con otros dos colegas.
La mañana del 22 de enero de 1998, fui al Juzgado a presentar unos papeles, y luego me pasé por la Universidad, con la intención de encontrar a alguien y politiquear un rato.

A quien encontré ese día fue a una chica rubia y alta (me sacaba 20 centímetros), que estudiababa Magisterio. Me la presentaron, y acabamos yendo a comer juntos.

Esa misma noche, a las tres de la mañana, me despedía de ella, entre besos, en el portal de su casa.

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Al año siguiente, el 22 de enero de 1999 era un día muy ajetreado en mi familia.
La noche-madrugada anterior, serenata que había contratado mi madre, y preparar los últimos retoques.

Por la mañana, vestirse, ir al peluquero, a la floristería, llamar al coro, limpiar el coche, y un sinfín de cosas por hacer. Casi todos estaban de los nervios; yo, gracias a Dios, tengo mi carácter y estaba bastante tranquilo.

Por la tarde, en la Basílica de la Virgen del Lidón de Castellón, se celebró mi matrimonio.
Con la chica rubia y alta que había conocido justo un año antes.

Ese mismo año (1999) nació mi primer hijo; al año y medio, nació el segundo; y en otro año y medio más, nació el tercero. Junto a la perrita que adoptamos a finales del 98, estaba la familia completa.

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En estos momentos, la historia de amor que comenzó hace ocho años ya no existe.

En el año 2003 se habló de separarnos, pero hubo que esperar hasta mayo del 2005 para presentar una demanda. Y hasta el 1 de julio para que durmiera fuera de casa, haciendo efectiva la separación (aunque la sentencia le da como fecha a ésta el 10 de noviembre).

Una separación terrorífica, y que no recomiendo ni a mi peor enemigo (de esos que, en realidad, no tengo), con vaivenes sobre la custodia compartida. Ya sé que me repito mucho: "custodia compartida, convivencia, custodia, custodia, ...". Disculpadme, pero no puedo resistirme a hacerlo.

De esa historia, me quedan mis hijos, y un aprecio generalizado hacia la chica rubia y alta; pase lo que pase, ella no sólo es la mejor madre de mis hijos (por ser la única madre de mis hijos, y por todo lo demás), sino que ha sido mi compañera durante una parte esencial de mi vida.

Este 22 ya no tengo nada que celebrar. Quizá los últimos aniversarios los celebraba sobre las cenizas de lo que fue una historia de amor, aunque nada de eso importa ya.

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Hoy es día veintidós de enero, y me siento totalmente feliz pensando en mí mismo hace ocho años. Fue un acierto ir a la Universidad después de estar en los Juzgados, y presentarme, sin vergüenza alguna, ante una universitaria que me sacaba veinte centímetros.

El atrevimiento de aquel día me ha traido hasta la persona que soy ahora, y hasta mi familia.

jueves, enero 19, 2006

Jugar: cuentos, dados, teatro.

Entre las cosas que más me gustan, tiene un lugar preferente el "jugar con mis críos".
En estos días de constipados, frío y estar en casa, es muy apetecible jugar, leer o saltar con ellos (saltando, saltando, el otro día rompimos una tabla de un sommier, pero esa es otra historia....).

Hoy os voy a hablar de tres juegos con los niños:

1.- El Libro de los Cuentos Infinitos.



Éste es un libro que me regalaron Imperator y Rapunzell en un viaje a la costa levantina; así que, gracias, majos!
Se trata de un libro con más de un centenar de ilustraciones de cosas, animales, o situaciones cotidianas para niños que protagonizan dos conejitos.
Y en casa lo hemos convertido en un libro mágico de cuentos, de la siguiente forma:
- se abre una página al azar, y se empieza la historia, donde ha de salir el personaje o situación de la ilustración que ha salido
- se cierra el libro, se abre otra página al azar, se continua la historia (donde ha de salir el personaje o la situación, claro)

Generalmente hacemos cinco etapas, yo comienzo la historia, luego ellos tres la siguen abriendo las páginas al azar (por mi parte, echo un cable a Martín, y él me ayuda abriendo mis páginas), y yo la acabo. Aunque tendré que dejarles comenzar y terminar la historia por sí mismos.

Algún día tendré que sustituir el libro por cartas hechas al uso con personajes y lugares típicos de los cuentos; pero por ahora, el libro ha sido una estupenda idea para acabar contando una historia con todos nosotros.

2.- Dados con múltiples caras.



Como al mayor le gustan las matemáticas, no se me ocurrió mejor idea que comprar tres dados de varias caras; uno con diez caras (del 0 al 9), otro con 12 (del 1 al 12), y otro con 20 (del 1 al 20).
Para poder tirar dos de ellos y tener que sumar los números, o restar el menor del mayor, o tirar los tres y ordenarlos.

Pero pronto le dimos mayor utilidad a los dados. Hice muñequitos pequeños de plastilina, acompañados de trolls (malos) y dragones (buenos). Eran dos equipos, luchaban el uno contra el otro, y los muñequitos utilizaban el dado más pequeño (del 0 al 9), y los trolls y dragones el más grande (hasta el 20); así, un troll se cargaba varios caballeros antes de caer él muerto.

Como todos los niños se interesaban, al final compré seis dados mas, formando tres grupos de dados, con la numeración que he contado antes, y de tres colores distintos (un grupo azul, otro rojo, y otro blanco).
Después, con un cartón, una regla y ceras, hice un tablero, con casillas que se veían interrumpidas por un castillo, un río (con dos puentes) y dos bosques. Allí plantamos los "ejércitos" de plastilina, y nos pusimos a jugar.

Resultó divertidísimo. Aunque es cansado hacer 30 bichos de plastilina (hechos de forma muy simple, la verdad) para romperlos en media hora de juego.

Ni hay que decir que los nueve dados que he comprado se conocen como "dados de rol", y ya me han acusado de querer meter el germen del demonio en casa, haciendo a mis hijos asesinos psicópatas de mayores. Quien me ha dicho esto tiene más ciencia ficción que el tablero con trolls y dragones, pero bueno. Allá ellos.

3.-Teatro de los Reyes Magos.



Entre otros regalos, los Reyes Magos decidieron dejar en mi casa un pequeño teatro. Con su cajoncillo para las marionetas, su cortinita que se corre para dejar paso al espectáculo, y su cajita con distintas músicas para ambientar la historia.
Como tengo casi una veintena de marionetas en casa (más las que se pueden hacer con un palo, pinturas y dos cartones, o un simple calcetín), promete ser la atracción del momento.

Por ahora, sólo he hecho dos representaciones en el teatro (las marionetas interpretaban dos cuentos de la editorial kalandraka), mientras los niños se van atreviendo a crear sus propias obras.
Cuando estén más experimentados, prometo grabarlas en vídeo (no para atormentar a nadie que se pase por mi casa, estáos tranquilos familiares y amigos; será para uso y disfrute personal).

Gracias por leer mis largos mensajes; yo a lo mío, que como se habrá supuesto, es jugar con los pitufos.

miércoles, enero 18, 2006

Operación aplazada

No han intervenido quirúrgicamente a Martín.
Ayer se acostó algo resfriado, y esta mañana se ha levantado con algunas décimas de fiebre.
Resultado: no se le puede administrar anestesia general, y por tanto, se ha aplazado la operación.
Quedamos a la espera de que nos llamen desde el Hospital cuando vuelva a haber un hueco en el quirófano (parece ser que será dentro de uno o dos meses, pero nunca puede saberse con seguridad).

Ahora, el titán Martín (me ha gustado la expresión) duerme en mi casa, con su carita angelical.

lunes, enero 16, 2006

Martín.

Martín vino al mundo un 10 de mayo de hace casi cuatro años.

Cuando llegó, su madre y yo cumplíamos casi cien visitas a ginecología. No en vano llevábamos siete embarazos juntos, dos con final feliz y cinco abortos naturales. Martín fue el más rápido en nacer de los tres, y el más pequeñito entre todos. Nada más verle la cara, le dije a su madre que se parecía mucho a nuestro primer hijo. Ese día, su madre y yo dejamos salir algunas lágrimas en quirófano.

Lo cierto es que no fue nada fácil llegar a la decisión de tener un tercer hijo. Ella quería, pero no se atrevía: sin trabajo estable, sin propiedad inmobiliaria alguna, y con algún que otro altibajo emocional/matrimonial. "Si no fuera por las circunstancias, iríamos a por el tercero; pero las circunstancias nos obligan a desistir". Una frase parecida a ésta me acabó de convencer: ninguna maldita "circunstancia" iba a mandar sobre el nacimiento de un hijo mío.
Así nació Martín, teniendo en contra a las "circunstancias".

Si me pusiera a contarlos, creo sinceramente que no han pasado cien días seguidos en la vida de Martín en que no hayamos ido a una consulta médica. Ha estado ingresado dos veces por bronquitis, bronquiolitis o como demonios se llame. Ha pasado por mil pruebas por un leve retraso del desarrollo psicomotor, que acaban, por ahora, en la consulta de la logopeda del colegio. Y otras mil pruebas por un problema en la zona inginal.
Cuando le pusimos una mascarilla con suero fisiológico y alguna medicina, por problemas respiratorios (la Seguridad Social nos prestó una mascarilla para ponerla en casa), me daba cierta lástima ver al chiquitín de la familia así, y deseé que esa mascarilla desapareciera cuanto antes de nuestra casa. La dichosa mascarilla lleva ya cuatro inviernos en casa. Esta misma tarde se la hemos vuelto a poner diez minutos.

Pero Martín es un pequeño luchador. LLeva toda su vida lidiando con sus dos hermanos mayores, con su salud, y con sus visicitudes para hacerse entender. Algunos le definen como cabezota, pero no es verdad. En realidad, lo que hace es marcar su territorio, reafirmar su identidad. Martín no te planta cara; expresa, a su modo, cómo son las cosas en su punto de vista, y lo hace con toda la seguridad en sí mismo que es capaz de reunir.
Es hermoso ver a Martín riéndose, saltando o con una agria disputa entre su pie y un calcetín que no quiere salir. También es hermoso escuchar a Martín diciendo "no tiero" tras recibir una orden. Convencidísimo de su decisión y autoridad, y con expresión severa. Expresión que, de inmediato, se convierte en una franca sonrisa si le sonríes tú también (y saliéndose con la suya!).

En casa teníamos un triciclo y dos bicicletas para niños. Una de las bicis se rompió, y la otra está por arreglar. El triciclo lo utilizaba Martín: era su juguete favorito. Pero hete aquí que los Reyes Magos trajeron otras dos bicicletas, más grandes que las anteriores, para mis dos hijos mayores.
El otro día salimos al parque, con el triciclo y las dos bicicletas. Martín no podía seguir a sus hermanos con las bicis grandes, ya que iba más lento. Así que, en un descuido de sus hermanos - y mío-, el pequeño se hizo con una de las bicis grandes, y no se cómo se subió (no llega al sillín ni de casualidad, al mediano ya le cuesta) pero, cuando nos dimos cuenta, estaba pedaleando. El pequeño niño tenaz y valeroso exclamaba con su entusiasmo habitual: "mila, papá, ma-tín e-tá en la bici gande!".

Si tuviera que definir cómo es mi hijo pequeño, diría que es un niño alegre. Martín nació de buen humor, y la alegría se ha quedado presa en él mientras juega, duerme, come, salta, corre, pedalea, o te hace partícipe de sus pequeños logros. Cuando llego a mi casa, y los niños están en ella, el que sale a recibirme siempre es Martín, alzando los brazos para que le cojas/abraces, o contándote algo que ha visto y que resulta apasionante en su mundo de tres añitos.

Viéndole crecer, respiras entusiasmo que emana de su pequeño cuerpecito. Últimamente tiene entusiasmo por las palabras. Cada vez aprende más, y más deprisa. Habla hasta por los codos. Cuando ha ido a logopedas, psicólogos y demás, siempre nos han comentado la gran disposición de Martín por aprender. Aprende entusiasmado juegos, palabras o cancioncillas.
Su primera palabra fue "tete". Adora a sus dos hermanos mayores. Y los mayores a él. Incluso podría aventurar que los mayores riñen entre ellos con asiduidad, pero ambos son uno a la hora de defender a su hermanito. Juanma puede tener celos o disputas con Salva, pero si algo es para Martín, está bien así. Para Martín, sus hermanos no son sólo Juanma y Salva, sino que él los llama "mi Jan-ma" y "mi sab-ba".
Después de "tete" vendrían otras palabras, como "piedín" (Piedrín, del que ya hablé en una ocasión), o su primer dibujo en un folio, emulando a "machinguer cheta".

Martín es el ser humano gracias al cual me he sentido más orgulloso de mí mismo. Cuando nos dijeron que, para optimizar su desarrollo, debía ir a un centro de estimulación temprana y a la guardería, nos pusimos a ello. En el centro de estimulación temprana ya estaba apuntado, pero a la guardería que mejor tratamiento daba no podía ir. Se habían pasado todos los plazos, papeles, prerrogativas y posibilidades posibles. Preguntamos en mil sitios, y resultó imposible. Yo me propuse, como si fuera un reto personal, que el niño acabaría entrando donde queríamos, y que se lograría la "situación óptima" para su desarrollo.
Casi todo el mundo me dijo que, como siempre, me iba a dar de cabezazos en la pared para no conseguir nada. Con sangre, sudor y lágrimas, el niño entró en la guardería. Lloré cuando me comunicaron su admisión. Me sentí muy orgulloso de mi hijo y de mí mismo, y supe que no había límites a nuestra capacidad si de ellos se trataba.
Poco después, el objetivo se llamaba "custodia compartida". He hablado incluso demasiado de eso en este blog; lo cierto es que lo logré, y que es, sin duda, mi mejor logro personal. Con Martín como co-protagonista de 98 centímetros.

Martín tiene tres años, cumplirá cuatro en mayo. Suman 3 años, 8 meses y, en la fecha de este post, 6 días. Más de 1300 días. Pues podéis creer que de esos mil trescientos, más de 1200 (no todos, pero casi) Martín se ha dormido a mi lado. Al principio en mis brazos, luego a mi lado pero en la cama; y desde hace un año abrazado, o apoyando la cara en una de mis manos, en su camita. Llevo casi cuatro años oyendo su respiración mientras se va durmiendo.

Amo a mis hijos. No puedo describir con palabras lo que siento junto a los tres pequeños que me suelen acompañar en mis pasos. Junto a Juan Manuel, a Salvador, y al pequeño Martín.

Este martes por la tarde ingresarán a Martín en el Hospital General de Castellón. Al día siguiente le harán una intervención quirúrgica. La intervención en sí (en la zona inginal: en la ingle) no tiene riesgo, pero como es muy pequeño tendrá anestesia general, y nos da un poco de palo y de susto.
Aunque, como Martín es el pequeño luchador de la familia, saldrá todo bien, y en un par de días volveré a contarle un cuento mientras apoya su mejilla en mi mano y se adormece.

Buenas noches, Martín. Hasta mañana. Te quiero.

miércoles, enero 11, 2006

Año 2006. Trilogía.

Cada vez escribo menos por aquí, no se por qué. Espero dejar de fijar la vista en las musarañas de una vez, que hay muchas cosas por hacer y contar. Y objetivos a conseguir.

No lo he deseado a mucha gente; lo deseo ahora: Feliz Año 2006.
Tampoco he felicitado la Navidad a demasiada gente. Poco más que mis tres críos.

Hoy escribo este post después de haber leído casi todo lo que llevo escrito en el blog desde que lo comencé, con el capítulo final que dí por llamar "Ítaca". Los dos años que han pasado, 2004 y 2005, han sido... digamos... "significativos" en mi vida.

En el desastroso año 2003 comenzó la deriva de mi matrimonio (que ha acabado como ya sabéis), a la vez, firmé algunos papeles que ahora me traen media ruina económica, y para rematar, se fue al traste mi vida política. Fue, definitivamente, un mal año.

En el año 2004, recuperé algo muy importante para lo que vendría después: el ánimo.
Y en el año 2005, comencé mi nueva vida (nueva casa, nuevo estado sentimental, nuevos objetivos) y logré el que ha sido mi mayor logro hasta ahora (y que no pienso superar en lo que me queda de vida): la custodia compartida. Me sentía fuerte y con confianza en mí mismo. Hasta me arreglé la boca (después de 14 años sin visitar al dentista) y todo.

Ahora, en el 2006 tengo poco que perder y mucho que ganar.
Poco que perder. Ya que tengo a mis hijos conmigo; y cualquier cosa que pierda, sea lo que sea, mientras mantenga la convivencia con ellos, será poco que perder.
Y mucho que ganar. Si gano estabilidad laboral/económica (lo que viene a ser traducido como "aprobar las puñeteras oposiciones"), habré logrado la cuadratura del círculo. Ese mismo círculo que se rompió en el año 2003.



Estas navidades, entre otras cosas, fuimos a ver a Papá Noel. Me acompañaron dos de mis hijos, pero les dimos cuatro cartas: las de los tres niños, y una que había escrito yo.
Creo en Papá Noel, y en los Reyes Magos, y en el Mundo de Fantasía. Pero no creo que por contar tus deseos éstos dejen de cumplirse.

Así que, obviando la necesaria prudencia de no contar tu vida en internet, voy a plasmar aquí mismo lo que yo deseo para este año 2006 a mi gente cercana.

Más o menos (no es literal), esto ponía en mi carta a Papá Noel (la escribí junto a mis hijos, leyendo todos las cartas de cada uno):



Querido Papá Noel:

Espero que ésta sea una feliz Navidad, y que te diviertas mucho conduciendo tu trineo de renos y repartiendo juguetes.

Este año te voy a pedir muchas cosas:
- para mis tres hijos, un juguete chulo, como un robot parecido a Mazinger Z
- para Martín, que cada día del año aprenda palabras nuevas, y que le salga bien su operación en enero
- para Salvador, que nunca nadie más le insulte ni pegue, ni él vuelva a hacerlo
- para Juan Manuel, que siga haciendo crecer su magia e imaginación, aprendiendo, leyendo, jugando e inventando
- para E., que sea feliz, y que base esa felicidad en nuestros hijos
- para mis padres J. y M., que aprendan a llevarse bien y a respetarse, y que se reconcilien con S. e I. (mi hermano y mi cuñada)
- para S. e I., que se casen pronto, y sigan siendo felices con sus animalitos, encargando en un futuro próximo otro tipo de cachorro
- y para mí... que pueda seguir en mi equilibrio como hasta ahora.