lunes, enero 16, 2006

Martín.

Martín vino al mundo un 10 de mayo de hace casi cuatro años.

Cuando llegó, su madre y yo cumplíamos casi cien visitas a ginecología. No en vano llevábamos siete embarazos juntos, dos con final feliz y cinco abortos naturales. Martín fue el más rápido en nacer de los tres, y el más pequeñito entre todos. Nada más verle la cara, le dije a su madre que se parecía mucho a nuestro primer hijo. Ese día, su madre y yo dejamos salir algunas lágrimas en quirófano.

Lo cierto es que no fue nada fácil llegar a la decisión de tener un tercer hijo. Ella quería, pero no se atrevía: sin trabajo estable, sin propiedad inmobiliaria alguna, y con algún que otro altibajo emocional/matrimonial. "Si no fuera por las circunstancias, iríamos a por el tercero; pero las circunstancias nos obligan a desistir". Una frase parecida a ésta me acabó de convencer: ninguna maldita "circunstancia" iba a mandar sobre el nacimiento de un hijo mío.
Así nació Martín, teniendo en contra a las "circunstancias".

Si me pusiera a contarlos, creo sinceramente que no han pasado cien días seguidos en la vida de Martín en que no hayamos ido a una consulta médica. Ha estado ingresado dos veces por bronquitis, bronquiolitis o como demonios se llame. Ha pasado por mil pruebas por un leve retraso del desarrollo psicomotor, que acaban, por ahora, en la consulta de la logopeda del colegio. Y otras mil pruebas por un problema en la zona inginal.
Cuando le pusimos una mascarilla con suero fisiológico y alguna medicina, por problemas respiratorios (la Seguridad Social nos prestó una mascarilla para ponerla en casa), me daba cierta lástima ver al chiquitín de la familia así, y deseé que esa mascarilla desapareciera cuanto antes de nuestra casa. La dichosa mascarilla lleva ya cuatro inviernos en casa. Esta misma tarde se la hemos vuelto a poner diez minutos.

Pero Martín es un pequeño luchador. LLeva toda su vida lidiando con sus dos hermanos mayores, con su salud, y con sus visicitudes para hacerse entender. Algunos le definen como cabezota, pero no es verdad. En realidad, lo que hace es marcar su territorio, reafirmar su identidad. Martín no te planta cara; expresa, a su modo, cómo son las cosas en su punto de vista, y lo hace con toda la seguridad en sí mismo que es capaz de reunir.
Es hermoso ver a Martín riéndose, saltando o con una agria disputa entre su pie y un calcetín que no quiere salir. También es hermoso escuchar a Martín diciendo "no tiero" tras recibir una orden. Convencidísimo de su decisión y autoridad, y con expresión severa. Expresión que, de inmediato, se convierte en una franca sonrisa si le sonríes tú también (y saliéndose con la suya!).

En casa teníamos un triciclo y dos bicicletas para niños. Una de las bicis se rompió, y la otra está por arreglar. El triciclo lo utilizaba Martín: era su juguete favorito. Pero hete aquí que los Reyes Magos trajeron otras dos bicicletas, más grandes que las anteriores, para mis dos hijos mayores.
El otro día salimos al parque, con el triciclo y las dos bicicletas. Martín no podía seguir a sus hermanos con las bicis grandes, ya que iba más lento. Así que, en un descuido de sus hermanos - y mío-, el pequeño se hizo con una de las bicis grandes, y no se cómo se subió (no llega al sillín ni de casualidad, al mediano ya le cuesta) pero, cuando nos dimos cuenta, estaba pedaleando. El pequeño niño tenaz y valeroso exclamaba con su entusiasmo habitual: "mila, papá, ma-tín e-tá en la bici gande!".

Si tuviera que definir cómo es mi hijo pequeño, diría que es un niño alegre. Martín nació de buen humor, y la alegría se ha quedado presa en él mientras juega, duerme, come, salta, corre, pedalea, o te hace partícipe de sus pequeños logros. Cuando llego a mi casa, y los niños están en ella, el que sale a recibirme siempre es Martín, alzando los brazos para que le cojas/abraces, o contándote algo que ha visto y que resulta apasionante en su mundo de tres añitos.

Viéndole crecer, respiras entusiasmo que emana de su pequeño cuerpecito. Últimamente tiene entusiasmo por las palabras. Cada vez aprende más, y más deprisa. Habla hasta por los codos. Cuando ha ido a logopedas, psicólogos y demás, siempre nos han comentado la gran disposición de Martín por aprender. Aprende entusiasmado juegos, palabras o cancioncillas.
Su primera palabra fue "tete". Adora a sus dos hermanos mayores. Y los mayores a él. Incluso podría aventurar que los mayores riñen entre ellos con asiduidad, pero ambos son uno a la hora de defender a su hermanito. Juanma puede tener celos o disputas con Salva, pero si algo es para Martín, está bien así. Para Martín, sus hermanos no son sólo Juanma y Salva, sino que él los llama "mi Jan-ma" y "mi sab-ba".
Después de "tete" vendrían otras palabras, como "piedín" (Piedrín, del que ya hablé en una ocasión), o su primer dibujo en un folio, emulando a "machinguer cheta".

Martín es el ser humano gracias al cual me he sentido más orgulloso de mí mismo. Cuando nos dijeron que, para optimizar su desarrollo, debía ir a un centro de estimulación temprana y a la guardería, nos pusimos a ello. En el centro de estimulación temprana ya estaba apuntado, pero a la guardería que mejor tratamiento daba no podía ir. Se habían pasado todos los plazos, papeles, prerrogativas y posibilidades posibles. Preguntamos en mil sitios, y resultó imposible. Yo me propuse, como si fuera un reto personal, que el niño acabaría entrando donde queríamos, y que se lograría la "situación óptima" para su desarrollo.
Casi todo el mundo me dijo que, como siempre, me iba a dar de cabezazos en la pared para no conseguir nada. Con sangre, sudor y lágrimas, el niño entró en la guardería. Lloré cuando me comunicaron su admisión. Me sentí muy orgulloso de mi hijo y de mí mismo, y supe que no había límites a nuestra capacidad si de ellos se trataba.
Poco después, el objetivo se llamaba "custodia compartida". He hablado incluso demasiado de eso en este blog; lo cierto es que lo logré, y que es, sin duda, mi mejor logro personal. Con Martín como co-protagonista de 98 centímetros.

Martín tiene tres años, cumplirá cuatro en mayo. Suman 3 años, 8 meses y, en la fecha de este post, 6 días. Más de 1300 días. Pues podéis creer que de esos mil trescientos, más de 1200 (no todos, pero casi) Martín se ha dormido a mi lado. Al principio en mis brazos, luego a mi lado pero en la cama; y desde hace un año abrazado, o apoyando la cara en una de mis manos, en su camita. Llevo casi cuatro años oyendo su respiración mientras se va durmiendo.

Amo a mis hijos. No puedo describir con palabras lo que siento junto a los tres pequeños que me suelen acompañar en mis pasos. Junto a Juan Manuel, a Salvador, y al pequeño Martín.

Este martes por la tarde ingresarán a Martín en el Hospital General de Castellón. Al día siguiente le harán una intervención quirúrgica. La intervención en sí (en la zona inginal: en la ingle) no tiene riesgo, pero como es muy pequeño tendrá anestesia general, y nos da un poco de palo y de susto.
Aunque, como Martín es el pequeño luchador de la familia, saldrá todo bien, y en un par de días volveré a contarle un cuento mientras apoya su mejilla en mi mano y se adormece.

Buenas noches, Martín. Hasta mañana. Te quiero.

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