sábado, julio 10, 2004

Cariño a un coche azul

Anteayer recogí mi coche del taller. Tiene mil cosas, y quienes entienden un poco de esto me recomiendan que lo ponga en venta. Necesitamos un coche para ir por ahí con los tres pequeños, y antes de comprarnos uno deberíamos de vender éste. Muy posiblemente, sea la decisión que tomemos, después del verano, o en año nuevo, a mucho tardar.
Mi coche es un Rover 220 SD, de color azul. Y, tras más de 130.000 km conmigo, parece que sus días a mi lado han terminado.

El caso es que me da lástima abandonar ese coche. No es más que un amasijo de hierro y no se cuantás cosas más que sirve para llevarte a los sitios, y, evidentemente, no tiene sentimientos ningunos (espero, que si no, no lo vendo). Pero es una caja con mil recuerdos.

Recuerdo el año que lo compré. Con un dinero que, gracias al origen del mismo, hacía especial cualquier compra. Recuerdo aquellos viajes a Avilés (más de 1000 kilómetros), y la provincia de Huesca, viendo a Los Rebeldes, en agosto de 1997 (lo compré en julio de ese año). Y un pequeño beso, ese mismo verano, furtivo y muy sorprendente, que a la postre sería el último beso que me diera la misma chica que me dió el primero, el primer y único día que esa chica subió a ese coche.

Al año siguiente, ese coche me uniría a la que es mi esposa, a la que le pedí matrimonio en un viaje a Zaragoza para ver un concierto (esta vez de Revólver) en ese coche, y en el que compramos un Coyote como mascotita. A partir de entonces, se iría convirtiendo en el coche familiar, hasta el punto de que en estos momentos los tres asientos de atrás están ocupados por tres sillas para niños.

Hay personas, y animales, a los que quieres. Y otros a los que conoces, aprecias, sientes algún afecto. Y otras muchas que te importan un rábano, pero que algún recuerdo te une a ellas.
Y esa unión que te da el recuerdo sobre alguna experiencia de tu vida no puedes aplicarlo únicamente a las personas, sino también a determinados objetos. Eso de "cogerle cariño a algo". El automóvil suele ser uno de los objetos con más recuerdos.

No sé si derramaré lagrimilla alguna cuando, casi ocho años después, me despida del Rover.

Post-data: Si algún día me muero (espero que no), y en su caso, si tras morirme voy al cielo, seguro que el cielo tiene varios "departamentos" o "aspectos". Uno de ellos será tomarme una Heineken en una montañita de Onda, viendo las luces de mi ciudad de noche, en mi coche. Pero tampoco será el Rover, será un Renault 7 (y compartiré, cerveza y coche, con mi hermano, of course).

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