viernes, diciembre 31, 2004

Año 2005, quiero más.

He de admitir que estos últimos años, me he apuntado a la moda de mandar mensajitos de móvil el día 25 de diciembre, y los primeros minutos del nuevo año.

Cuando comenzó el año 2004, mandé uno de tantos mensajitos a casi setenta números. Este año repetiré; si a ti, sufrido lector, no te llega, no es que me haya olvidado: lo más probable es que no tenga tu número para incordiarte con el dichoso sms.

Bueno, a lo que iba; el sms que mandé hace un año acababa con la siguiente frase: “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy”.

En realidad, no era para menos. El trienio 2001-2003 había resultado pésimo, con la única ola de esperanza en su mitad (el nacimiento de mi tercer hijo).
El 2001 fue el inicio de una mala época que hacía casi 10 años que no recordábamos en mi familia. A mi generación dentro de la familia le queda la duda de si éste fue el peor año, en términos generales, que hemos conocido.
Pero el 2003 fue más personal: el vía crucis era sólo mío, golpeando aquí y allá hasta obligarme a tocar fondo. Pero no toqué fondo. Según se iba desarrollando mi vida, mi cotidianeidad, ponía cara de mayor o menor sorpresa, y seguía tirando p’alante.

Durante todo el año 2003 me sentí perdiendo un partido. A la espera de la bola final, un match-ball en mi contra que debía salvar. Una vez tras otra, salvaba el dichoso match-ball. Si me hubieran dicho, a principios de ese año, todo lo que pasaría, no lo hubiera creído; y yo mismo no me hubiera creído capaz de salvarlo.

Pero lo salvé, o se salvó. Una bola, y otra bola, y otra bola. Al final del año, tenía ojeras, y junto a éstas, una especie de orgullo interior en medio del desconcierto general sobre mi vida.
Cuando llegó Nochevieja, y el momento de hacer balance, no estaba para pensar en grandes cosas. Mi deseo fue que no empeoraran las cosas. Que no perdiera mi preciado bien, mi tesoro que intentaba salvar una y otra vez.

Bien, pasó el año. Sólo falta un día, y está planeado de inicio. Supongo que puedo preguntarme si la Virgencita me hizo caso, y al menos me quedé como estaba.

Y la respuesta, en este año, vuelve a sorprenderme: la Virgencita no me hizo caso, y no me quedé como estaba. Estoy francamente mejor que hace un año.

Casi no me creo lo que escribo, pero he de afirmar que estoy sinceramente agradecido a Dios, el destino, o lo que sea, por todos y cada uno de los momentos de los años 2001, 2002 y 2003. Sin esos momentos, y sin el “epílogo 2004”, no sería ahora mismo la persona que soy ahora.

Si pudiera volver a la mañana de 2001 en que desperté, sudando y tras una horrible pesadilla, me diría a mí mismo: “Mauro, sigue adelante y espératelas venir, pero no te arrugues: todo esto es por algo, todo tiene un objetivo”.

El año 2004 ha estado lleno. Mi viaje a Madrid, la nueva “situación económica”, internet, los dinosaurios, o la victoria moral con mi hijo pequeño. Y aunque en el fondo no se haya solucionado ningún problema serio, e incluso hayan nacido otros problemas, las cosas son sensiblemente mejores.

El cambio, sufridos lectores, se ha producido en m interior. No de golpe y porrazo, sino paulatinamente. Soy feliz (palabras cursis, pero que son difíciles de llegar a pronunciar y que sean sinceras), tengo las cosas enormemente claras, y estoy inundado de serenidad y tranquilidad. Tengo claro qué es lo que me importa, y qué estoy dispuesto a hacer por ello (también qué no estoy dispuesto a hacer por lo que no me importa).

Concluyendo: en este post pensaba hacer balance del año 2004, y resulta que me he ido un poco por las ramas.
El balance es positivo: el año 2004 ha supuesto una revolución interna en mi forma de ver el mundo e interactuar con él.
Ya no hay match-ball que salvar. No he ganado la partida; desconozco si algún día tendré que jugar de nuevo, pero por ahora no hay partido. Y si vuelvo a jugar, ya no será como antes.

Este año no mandaré en mi mensajito “Virgencita que me quede como estoy”. No, no, no.
Para el año 2005, quiero más.

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