miércoles, enero 19, 2005

Campeón en su categoría.

Ayer, a la salida del colegio, los tres niños y yo nos fuimos a un parque con columpios a merendar. Ellos llevaban sus tres bicicletas (dos con ruedas laterales, y la otra es un triciclo); antes de Navidades tenían una y media, y se mataban por ella. Santa Claus y los Reyes Magos solucionaron ese problema.

En un momento dado, mientras daban un par de vueltas, ví que otros niños interrumpían la carrera de mi hijo mayor, Juanma, y le decían nosequé, quedándose Juanma visiblemente molesto.

Cuando Juanma volvió, me contó que le habían parado un niño y dos niñas, y que le habían insultado. Le habían dicho "culo gordo" y "niño tonto". Él les había contestado que más gordo tenían el culo ellos, y se había vuelto.

Al rato, los niños insultones volvieron a la carga. Pero en esta ocasión hubo un cambio: mi hijo mediano, Salvador, se percató de la situación, y allá fue a defender a su hermano. Yo me acerqué sigilosamente, manteniendo las distancias.

Me costó bastante mantener la risa. Ante tres niños, entre seis y ocho años, que no salían del "culo gordo", "tonto", o "feo", se plantó el pequeño creativo de cuatro años que tengo por hijo. En defensa de su hermano mayor, Salvador sacó toda su artillería en el improvisado "concurso de insultos" (al estilo de esos que hacíamos en la escuela de pequeñitos, y que se incluía en un famoso juego de ordenador).

- "¡Culo gordo y feo!", le decía la niña insultona
- "¡Niña estúpida y meona que tienes el pelo marrón como la mierda y una nariz tan gorda que viven cucarachas dentro!" (sic), contestó Salvador, ante la mirada divertida de su hermano
- "¡Niño estúpido y nariz gorda tú!", le espetó el niño insultón
- "¡Cállate, niño idiota, que tú tienes el culo tan gordo que no te sale la caca y tienes que cagar por el pito!"

Finalmente, los otros tres niños se dieron por derrotados ante las ocurrencias de Salvador; y mis dos hijos mayores volvieron a pedalear con expresión triunfante.

Cuando se acercaron a mi, a contarme su victoria en insultos, no sabía si reñir al niño o no por todas las barbaridades que había dicho. No lo hice. Le dije que de todas las palabras que les había dicho a esos niños casi ninguna me gustaba, pero que me parecía muy bien que hubiera defendido a su hermano, logrando que esos niños dejaran de molestarles; y todo eso sin dar una sola patada.

Más tarde, en casa, los niños se pusieron perdidos pintando con una acuarelas que les habían traído los Reyes, mientras yo les hacía la cena. Como estaba solo en casa con los críos, me permití (y les permití) un lujo: no puse la televisión en toda la tarde (esto lo cuento porque me produce una importante satisfacción personal, que conste).

Y así transcurrió la tarde de ayer. Una tarde divertida.


No hay comentarios: