lunes, enero 10, 2005

Niños. Respeto, autoridad.

En mi última entrada hablaba un poco de política; éste es un tema que ha marcado mi vida durante los últimos quince años. Ahora mi vida transcurre pareja a mi paternidad. Quiero hablar en mi entrada de hoy sobre los niños, con vuestro permiso.

Sobre dos palabras: respeto, y autoridad. En base a mi corta experiencia de padre y menos corta de transeúnte normal. Que conste que todo lo que cuento abajo es mi opinión, obviousely.

Respeto (en un post de hace medio año creo que ya dije esto):

Los niños son niños, y por tanto, personas.
Los niños no son gilipollas por ser niños.

Considero que todos debemos respetarnos entre nosotros. Pero que, si hay un colectivo que merezca el mayor de los respetos, ése es el infantil.

Los niños tienen derechos. No sólo a la vida, a la educación, y a un plato de sopa, que en nuestra sociedad es evidente. Tienen los mismos derechos que nosotros a todo.

No pueden conducir porque se supone que aún no tienen la edad suficiente para disponer de las habilidades necesarias.
Y no pueden votar porque se suponen que aún no pueden emitir juicios de valor tan importantes como la decisión en democracia (sobre esto hay que hacer un post especial de lo discutible que es).

Pero tienen derecho a ser escuchados, a ser tenidos en cuenta, a su intimidad y a tomar decisiones. Según he leído, en la época de los romanos, un padre podía disponer como quisiera de sus hijos, incluso quitándoles la vida. Dos mil años después, hay algunos que no se han enterado de que esto no es así; no les quitan la vida, pero sí el respeto.

Un niño quiere colorines, porque los que tenía se han roto o se han perdido, y le quedan dibujos de sus superhéroes por terminar. Cuestan dos euros
Un adulto quiere tabaco (nocivo para su salud y para la del niño) porque tiene el vicio. Cuesta veinticinco euros el cartón de diez paquetes (y el cartón de tabaco se acabará antes que los colorines).
Se acaba comprando el tabaco. Hay que ahorrar, no hay dinero para chorradas (atención: la chorrada es la creatividad del niño, sean colorines o plastilina, no el tabaco!!!), y además, el niño es un caprichoso y un egoísta (mira que no entender la necesidad del adulto de fumar, y si puede ser, contaminarse un poco como fumador infantil-pasivo!).

Un niño te está contando una cosa importantísima de su colegio o de sus amigos, o te está enseñando el dibujo que acaba de hacer. O quiere preguntarte algo.
El adulto está viendo un programa birrioso de esos sobre cotilleos de la gente, que ni le va ni le viene. Y manda callar al niño.
El niño acaba por ver el programa y empaparse de insultos y degradación moral.

Un niño está jugando, excitado, y grita y chilla. El adulto quiere observar el vuelo de una mosca, o sigue con el puñetero programa rosa. Manda callar al niño. De una bofetada, si es necesario. Y punto, que aquí manda quien manda.

Cada día tolero menos la desvergüenza con la que algunos tratan a los niños. Yo no soy un padre perfecto, desde luego; pero quiero tratar a mis hijos (y a todos los niños del mundo) como lo que son: como iguales.

Autoridad.

Estoy radicalmente en contra de la violencia contra los niños. Física o verbal, no hay nada en el mundo que me parezca más reprobable.

Me parece estupenda la moda contra los maltratadores domésticos, y ojalá que gracias a ella se vayan todos al infierno. Pero no entiendo porqué un padre o una madre pueden dar un cachete o decir “mira que eres tonto!” a su hijo en la calle sin que pase nada.

A veces, cuando veo a alguien darle un cachete a un niño, me gustaría coger un ladrillo y estampárselo en la cabeza. “Proporcionalidad”, le diría, “su mano es muy grande para la cara del niño, tan grande como este ladrillo para la cara de usted”.

En ocasiones, he de escuchar que no tengo autoridad respecto a los niños. Que soy un blando. Que no me hacen caso.

Es que no soy el líder de una secta donde ellos están apuntados. Es que no entiendo que los niños deban obedecer porque sí, porque mando yo y tú te callas. Es que yo aún no me explico qué enseñanza sale de pegar tortas (aparte de enseñar que la violencia es un medio práctico de comunicación entre las personas).

A mí me gustaría que los niños entiendan que soy un adulto, tengo más conocimientos que ellos, y estoy dispuesto a enseñarles dichos conocimientos.
Y me gustaría que los niños me hicieran caso porque supieran que mis órdenes tienen un objetivo concreto, que sirven para algo.

Los niños no han de recoger sus cosas porque a mí me fastidie ver un juego de construcción desparramado por el suelo. Han de recoger porque las cosas ordenadas no se rompen ni se pierden, son más fáciles de encontrar cuando se buscan, aumenta el sentimiento de pertenencia personal de las mismas, y no te puedes tropezar, caer y hacer daño.

Los niños no han de irse a la cama porque yo lo diga y para que me dejen ver el programa rosa de los cojones. Los niños han de dormir, al igual que los mayores, para que el cuerpo descanse y llegue al día siguiente con energías. Y necesitan irse a dormir antes porque necesitan más horas de sueño. Y ha de ser a la misma hora porque esa rutina es beneficiosa para el cuerpo y su crecimiento.

Y los niños no se han de callar. Nunca. Se les puede pedir que hagan menos ruido si alguien duerme, está enfermo, le duele la cabeza, o estás en un sitio público y a las demás personas puede molestarles, como una Biblioteca. Pero “cállate de una vez”, o “cierra la boca”, no son expresiones válidas. Salvo que le hayas hecho el signo de la cremallera en los labios en medio de un juego, claro.

Las cosas tienen un significado, se hacen por algo, y estoy seguro de que los niños tienen a cumplirlas mejor, a la larga, si saben el porqué.

Pero, desgraciadamente, se supone que yo no tengo autoridad y soy un blando.

Si tuviera autoridad de veras, los niños se cuadrarían al oír mi voz, y me harían caso de repente, como un robot si tocas un botoncito. Cuando no hicieran caso, ostia al canto. Seguro que la próxima vez hacían más caso, y lo hacían antes.

Parece que hay dos autoridades:

  • la del conocimiento (alguien tiene más conocimientos que tú, y por eso te da una orden y te explica el por qué)
  • la del temor (alguien te da una orden, y si no la cumples te pega un golpe o te castiga sin más)

¡Ojo! La primera no está reñida con la disciplina, el castigo, o los premios. Pero eso ya lo contaré en otra ocasión. Con lo que está reñida la primera, es con la segunda.

Yo quiero tener autoridad en casa. Pero no por ser el más viejo, el más gordo, o el padre. Y mucho menos por que nadie tenga miedo a represalia alguna.

Si no tengo autoridad porque mis hijos no tienen temor a ninguna bofetada de mi parte, bendita sea mi falta de autoridad.

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