martes, febrero 08, 2005

De cómo dejé de ser miope y otros asuntos

Este viernes me pedí el día libre en mi trabajo.
No en vano, era el día de carnaval de los niños en el colegio (los dos mayores) y la guardería (el pequeño); el año pasado llegué de milagro a verlos (ver post del 24 de febrero de 2004), así que esta vez estuve desde el principio.

El pequeño iba de ratón Mickey, el mediano de ninja rojo, y el mayor de conde Drácula. Como véis, va subiendo la maldad y peligrosidad según edad y tamaño. Supongo que si hubiera un cuarto más mayor deberíamos de disfrazarlo del mismísimo Satanás; y si hubiera un quinto.... no sé, de Bush, Aznar o algo (ejem, es broma).

Tras el cole, el Ayuntamiento había preparado una docena de actividades en la plaza céntrica del pueblo. Y allá que fuimos. Nada más llegar, mi hijo mayor encontró un amigo, y me preguntó si podía ir con él. Yo, aterrorizado antes el medio millar de cabezas que ocupaban la plaza, los otros dos niños que se me desperdigaban por ahí, y el mayor, que si le perdía de vista quizá no lo volvía a ver, le dije que debíamos ir todos juntos.
Bien, ellos lo resolvieron. El amigo de mi hijo mayor, previa consulta con sus padres, se vino con nosotros (o eso creo, porque yo con los padres del crío no hablé).

Y esta es la escena de mi vida durante 120 largos minutos de esa tarde:
- una especie de recinto para juegos de niños hasta 6 años, en mitad de la plaza, vallado ridículamente, y con una forma que impedía ver todo el espacio por entero (no sé si me explico bien; el caso es que no podías ver todo el espacio habilitado para los niños pequeños, y con las vallas que ponían, los críos podían salir por cualquier parte)
- un centenar de niños en ese recinto, con cuatro o cinco monitores como mucho, que hacía imposible divisar a tus hijos entre toda la maraña
- un par de padres y madres, a mi lado, agobiados porque habían perdido el contacto visual de su tierno infante y entraban dentro del recinto a buscarle desesperados
- y yo, desgraciadito de mí, ocupándome de mis tres hijos, más un chaval agregado

Al cabo de un rato, vino mi hermano a echarme un cable (eso es lo que dice él, en realidad vino a charrar), y el pobre no divisaba más de dos críos a la vez. Cuando tenías localizado a uno que intentaba tirarse de cabeza de un tobogán, habías perdido al que lloraba porque su amigo le había dado un castañazo.

Bien. Pues aquí viene el título del mensaje. Me enorgullezco de haber sido capaz de ver dónde estaban mis tres hijos en todo momento, socorrerlos si era necesario (y al pequeñito era necesario), y echar un vistazo al niño agregado. En una maraña de 100 niños y en un recinto de locos.
Se me empezaban a poner ojos de mosca cuando el mediano quiso hacer pipí, el mayor se quejaba de vete a saber qué, y debía conseguir un triciclo a toda costa para el pequeño. Amén de que el niño agregado jugaba a esconderse de su amigo (el mío mayor). De locos, vamos.

Y el momento estelar fue cuando, mientras hablaba con mi hermano y divisaba a mis hijos, otro niño lanzó un balón por los aires, y éste tenía a bien acabar su trayectoria en mi cara y mis gafas. En medio segundo. aparté la cara, y le dí un codazo al balón para que saliera disparado hacia el otro lado.
Vale, esto es una chorrada, pero tiene su mérito. Divisaba a mis tres hijos, al agregado, a los triciclos que habían por ahí por si alguno quedaba libre, hablaba con mi hermano, y aún pude apartarme de un balonazo que el Altísimo mandó a mi jeta.

Lo que no sé es porqué me quejo de falta de vista. Ea.

*****
Esa misma tarde, mi hijo mayor cogió un patinete (de esos modernos). Un par de amigos que estaban con él también lo querían. Llegaron otros dos niños, algo mayores (de 8-9 años) que también lo querían, y ahí forcejearon con el patinete. Pero todo esto lo vió mi hijo mediano, Salvador.
Ni corto ni perezoso fue allí, y empezó a empujones y estirones con el patinete. Juanma, el mayor, y sus dos amigos se fueron, y se quedó Salvados con los dos mayores. Al ver el conato de pelea, se acercó una de las monitoras, preguntó a los tres niños, y no se cómo, Salvador -que había sido el último en llegar- la convenció de que el patinete era suyo.
Qué gracia me hace este chiquillo. Es capaz de ir él solito a por un patinete que se disputan cinco niños mayores que él, y hacerse con el patinete. Como el día del concurso de insultos que conté en este blog.

Tal y como le dice Atticus a Jem Finch en 'Matar a un ruiseñor", no he de preocuparme de que este niño consiga lo que quiera. Como sea, encontrará la forma de llevar a cabo sus pretensiones.

Lo que no quita que sea un niño complicado de educar. Es más, si he discutido acaloradamente en estas últimas semanas, las discusiones han nacido o han derivado sobre mi hijo Salvador. Hace mucho tiempo, llegué a un pacto con mis hijos, en especial con Salvador: "entre nosotros, ni nos insultamos, ni nos pegamos", y yo mantengo mi pacto a rajatabla.

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