jueves, junio 16, 2005

Indecente falta de respeto

Éste es el tercer o cuarto post que escribo sobre el mismo tema: el respeto a las personas con poca experiencia vital. Es decir, a los niños. Perdonadme que escriba "personas con poca experiencia vital", pero es que a algunos se les olvida que los niños son personas. Personas tan dignas como el resto, sino más.

El otro día escuché cómo le decían a un niño (me callo quién lo dijo y quién era el niño, que si no es peor) algo parecido a esto:

"Tú lo que has de hacer es acatar lo que te ordenen los mayores, y ver, oír y callar. Lo siento, pero eres un niño y no te toca mandar a ti; mando yo, y tú a callar".

(...)

Sin palabras.

Si tuviera la creatividad de un amigo con enlace aquí al lado, diría que, en justicia, debería haber bajado del cielo un Gran Palo de Acero Incandescente, y haberse metido por diversos sitios de quien piensa así y se lo suelta a un crío. Por los ojos (para que "vea"), por las orejas (para que "oiga"), por la boca (para que "calle") y por el culo (para que se quede a vivir allí el palo y su incandescencia).
Como no tengo la creatividad de mi amigo enlazado, no lo diré.

Creo que no es aplicable, en ningún momento y para ninguna persona del mundo mundial, el verse obligado a "ver, oír y callar". Uno puede hacerlo si lo cree conveniente, pero no obligarle ni exhortarle a ello. Todos tenemos derecho a expresar nuestra opinión, y todos merecemos ser escuchados.

¿Privar del derecho a expresarse, y de poder ser escuchado, a un niño sólo por el hecho de ser niño? Me parece una aberración.

En el post anterior comenté el tristísimo suceso de Cuqui. He animado cuanto he podido a los niños para que expresaran lo que sintieran y lo que pensaban. Cuqui no era un humano, era un perro; pero era el perro que nos acompañaba casi diariamente en un paseo de media hora, y los niños y yo le teníamos cariño.
Consideré importante animar a los niños a expresarse. También sus emociones: que piensen que las emociones, buenas o malas, no son nada por lo que uno deba avergonzarse o esconderse. Es maravilloso expresarlas y compartirlas.
¿Y yo qué hacía? Pues escucharles. Escucharles sin prisa mientras me contaban extrañas y sentidas teorías sobre la muerte, los perros, y todo aquello que se les ocurriera. Todo lo que me contaron es importantísimo, por extraño o peregrino que pareciera. Es importante para ellos, y es importante para mí.

¿Sabéis? Me encanta escuchar a mis hijos. Sentarme o echarme a su lado, y que me cuenten cosas. Intento no asediarles a preguntas sobre lo que me cuentan, y no moralizarles ni reprocharles. Me cuentan cosas, y las escucho. A veces, son ellos los que me escuchan a mí mientras yo les cuento cosas o cuentos.

No puedo reprimir un conato de rabia al ver cómo a un niño se le dice que su obligación es "ver, oír y callar". No esta justificado decir eso. En ningún caso, pase lo que pase.
Yo no quiero decir nunca eso a un niño.

No hay comentarios: