lunes, julio 11, 2005

Uno de julio. Noche de mudanza.

Por fin doy comienzo a esta especie de "plastoserie" (es que han pasado muchas cosas en pocos días). Marcadas, para bien o para mal, con el hecho de realizar en la práctica la decisión que tomamos la madre de los niños y yo: disolver el matrimonio.

Y es aquí donde comenzamos: una semana antes de que acabara el mes de junio, decidimos que el día 1 ya estaría en mi "nueva casa". En la práctica, la noche del 30 de junio al 1 de julio era la primera que debía dormir fuera. Y con esa decisión comenzaron las carreras, aquí y allá. No aconsejo a nadie mudarse en siete días; ante todo, porque yo mismo disto bastante de estar mudado. Faltan muebles, ropa y papeles por transportar (que hasta que no se acaben de mover los muebles no pueden hacerse).

De la noche del 30 de junio hace ya once noches. Todas he dormido en mi nueva casa. Así que ya estoy separado de hecho, supongo. Ya es una realidad firme, bajo el magnífico acuerdo que glosaba en una entrada anterior (magnífico por posibilitar que ambos progenitores convivamos con nuestros hijos, no por otra cosa).

¿Cuál es el quid de la cuestión, del que quería hablaros? Los niños.
Cómo irse de casa delante de los niños, y contárselo a ellos. En su día tenía algunas ideas claras sobre cómo hacerlo, e intentado seguirlas. Os la cuento, como si fuera una "guía para separarse con los niños delante".

(...)

Y tras este paréntesis, el simpático de blogger (o del mozilla, qué se yo) ha bloqueado el equipo y se me han borrado las cinco ideas que ya tenía escritas. Aix. Como esto me da muy mal humor, me voy a tomarme una coca-cola y esta noche en casa acabo el post en otra entrada. I'm sorry.

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