viernes, julio 22, 2005

Ítaca (Episodio Final)

Juan Manuel, Salvador y Martín durmieron el 15 de julio en mi casa; y el día siguiente, y el siguiente, y el siguiente, hasta hoy... que por plazo de dos días duermen con su madre, cumpliendo nuestro convenio de fines de semana alternos.

Me resulta muy difícil describir cómo me sentía la primera noche que disfrutaba de la convivencia con mis hijos en la "nueva situación". Seguí el ritual establecido: ponerse el pijama, lavarse los dientes, ir a la cama, leerles un cuento e improvisar otro sobre los dinosaurios, apagar la luz, y quedarme un rato con ellos hasta que el pequeño esté medio dormido.
Lo que hacía todos los días; aunque los últimos quince no pude, estando acompañado sólo por mi perrita, Duna, en mi casa.

Después de que se durmieran, salí sigilosamente de su habitación. E hice un montón de cosas. Escribí el final de la serie "separación y niños" de este blog, cené un poco más, leí algo por internet. Y... ¿recordáis aquellos muñecos/espectros negros de plastilina que hice en mi centro de trabajo hace mucho tiempo, y que cada uno de los cuatro simbolizaba algún problema grave de mi vida? Hablé sobre ellos en el blog, el 21 de junio de 2004. Pues los busqué, los encontré... y los aplasté. No de golpe, sino suave y lentamente: deshice la plastilina en mis manos, recreándome desfigurando aquellos horribles muñecos.

Tras deshacer los espectros negros, cogí una silla, y me senté, mirándoles estirados en formas extrañas e incómodas (mis hijos son así), pero con un placetero sueño.

Casi dos años después, me encontraba al final de mi viaje.
Supongo que el planeta seguiría girando, pero para mí se acababa de parar en ese instante. Allí estaba yo mirando cómo dormían mis tres hijos en mi casa; e hice lo único que podía hacer en ese momento, y que hasta ahora no había hecho, guardándome todas mis fuerzas para lo que pudiera venir, por si acaso. Lo único que me quedaba por hacer: llorar.

Había llegado a Ítaca.

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Mientras contemplaba a mi "generación posterior", mis pensamientos se fueron a una "generación anterior". A la de mis abuelos maternos, quienes tuvieron la exitosa responsabilidad de criarme, junto con mi hermano.

Quizá alguien piense que soy un chico con inventiva y creatividad en esto de la vida social y del trato con mis propios hijos. Quiá. Tengo mi "guia ilustrada ante la vida", y no es otra que el ejemplo que me dieron mis abuelos. Sin desmerecer a mis padres (mi madre sólo se mueve y actúa pensando en nosotros, y mi padre es una persona sin maldad ni malicia alguna, al estilo de SonGokuh), mis abuelos eran personas excepcionales. Mi abuelo respecto a su capacidad de trabajo y esfuerzo, y su pensamiento crítico. Mi abuela, respecto a todo, predominando el amor y alegría con los suyos (no creo que haya ángeles en la Tierra, entre nosotros; pero el recuerdo de mi abuela me hace dudar de ello en ocasiones).

Lito y Lita (así les llamábamos, diminutivo de "abue-lito" y "abue-lita"), fallecieron en 1992 y 1993. El día que murió mi abuelo, el 30 de abril de 1992, mi hermano y yo dejamos de ser niños. Yo, cuando pensaba que mi abuelo estaba gravísimo (había fallecido, pero aún faltaban minutos para saberlo), le hice una promesa respecto a mi actitud vital. La intenté cumplir con una especie de reto académico, pero ésa es otra historia. El caso es que guardé, como oro en paño, varias cosas que utilizaba mi abuelo.

En especial, guardé el bolígrafo que estaba utilizando en ese momento para sus notas. Utilicé el "boli de Lito" para hacer los exámenes que me faltaban para acabar COU. Y después, he utilizado el "boli de Lito" en multitud de ocasiones, todas de forma especial. Con ese bolígrafo he firmado todos mis exámenes de la Universidad, la solicitud del registro de mi matrimonio y la inscripción del nacimiento de mis hijos, mi nombramiento como funcionario o como miembro del colegio de abogados...

...cuando he de firmar o escribir algo muy especial, saco del cajón de los "Recuerdos Especiales" el bolígrafo de mi abuelo. Lo he utilizado infinidad de veces. Hace poco más de un mes, lo volví a utilizar.

Debía firmar el Convenio Regulador de Separación Matrimonial, junto a la demanda de separación (procedimiento donde he sido mi propio abogado). Ese convenio es el acuerdo que permite, bendice y blinda la custodia compartida. La convivencia con mis hijos, el principio y final de mi viaje a Ítaca.

En estos dos años he cambiado muchísimo como persona. Si me perdonáis la poca humildad que tengo, diré que he crecido más allá de lo que yo mismo esperaba crecer en ningún momento de mi vida. Es cierto lo que dice Kavafis en su poema: es esencial el crecimiento y aprendizaje que te proporciona el viaje.

El 15 de julio finalizó el viaje, con mis hijos en mi casa. Para llegar a este puerto, había que firmar unos simples folios de papel: el convenio regulador.

Como habréis adivinado, saqué de su cajón el "boli de Lito" para firmar esos simples folios de papel.

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En mayo de 1992, mis entendederas fueron suficientes para discurrir que la tinta del bolígrafo se acabaría si escribía todos los exámenes finales de COU con ella. Así que, aprovechando que era un boli recargable, le puse una tinta nueva para utilizarlo.

He cambiado la tinta varias veces, claro. ¿Y qué pasó con la tinta original? Pues la recarga original de la tinta tenía un valor especial, ya que había sido la misma con la que mi abuelo escribió sus últimas anotaciones en vida. Así que la guardé. En el último cajón.

Pensé, pecando de idealista, que algún día yo sería tan famoso, valioso o qué se yo que debiera firmar algo importantisísimo. A nivel de alto cargo político, o algo parecido. Esperando ese momento (aunque sabía que nunca llegaría), guardé la tinta como un recuerdo especial que no iba a ser utilizado nunca. Nunca pensaba sacar esa tinta de su escondite, así que procuré esconderla tanto como pude. Y me olvidé de su existencia.

Parafraseando mi película favorita, diré que la existencia de aquella tinta cayó en el olvido y se perdió en el tiempo. La historia pasó a ser leyenda, y la leyenda se convirtió en mito.

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El pasado 18 de mayo, abrí el cajón de "Recuerdos Especiales", para coger el bolígrafo de mi abuelo. Cogí también el llavero que llevaba en 1992, y de ese llavero, una llave pequeñita en especial, para abrir una pequeñita caja fuerte. Después, fui al último cajón del último estante del último armario de la última habitación de una vivienda que fue desocupada en su momento.

Junto a mis padres y mi hermano, le puse al bolígrafo de mi abuelo la tinta que mi abuelo utilizaba cuando falleció y que no había sido utilizada nunca salvo por él mismo. A riesgo de que pudiera fallar, me dispuse a firmar el convenio regulador y la demanda.

Trece años, casi 5.000 días después, llegó el momento de utilizar el bolígrafo con su tinta original. El bolígrafo y la tinta que me dejó mi abuelo funcionaron. Y firmé.

Conmigo firmaron el boli y su tinta; mi hermano y su pareja; mis padres; mis abuelos y su recuerdo; la actitud vital y el ejemplo que me dieron mis abuelos alargando su vejez para ayudarme en mi niñez; mis tres hijos y mi perra, que dependen de mí mismo; conmigo firmó la propia historia de mi vida, mi educación, mis ideales, principios e ilusiones, que confluyen en un mismo momento.

En el momento de seguir contemplando, en la orilla de Ítaca, a mis hijos mientras duermen plácidamente en mi nuevo hogar.

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Fin.

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