martes, agosto 24, 2004

Instantes corrientes.

Nueva introspección en mi vida: el mejor y el peor instante de la misma.
No la mejor o peor época, día, o situación; el instante, el segundo que más y el segundo que menos.
-
El peor instante de mi vida.
El 30 de abril de 1992 falleció mi abuelo, a quien le llamábamos cariñosamente Lito (de abuelito), así como a nuestra abuela llamábamos Lita. Se llamaba Salvador. Tenía 17 años, y hasta ese día se había alargado la infancia-adolescencia, una existencia feliz sin pensar mucho en que te puedan/as hacer daño. Tras la primera muerte familiar (señalaré que mi abuelo fue la única figura paterna en el hogar a lo largo de nuestra infancia, luego mi madre conocería a mi padre en adopción, pero ésa es otra historia), mi hermano y yo crecimos de golpe lo que no habíamos crecido hasta entonces.
Hasta entonces, vivíamos en casa mis abuelos, mi madre, mi hermano y yo. Hacía poco tiempo que se habían casado mis padres, nos había adoptado el nuevo marido de mi madre (que desde entonces es nuestro padre con todas las de la ley y todas las del cariño), y vivíamos dentro de una familia que nunca debía romperse. Teníamos claro que no todos vivirían eternamente, pero eso son cosas que no piensas hasta que la ley de vida se planta ante tu casa.
Mis abuelos se conocieron antes de la guerra civil, tuvieron a mi madre (hija única), vivieron y sufrieron para sacar nuestra familia adelante, y en su vejez nos cuidaron (mi madre trabajaba) y enseñaron a ser personas.
El día 29 de abril mi abuelo se sintió algo mal, y al día siguiente murió. El peor instante no fue cuando me enteré de su muerte, ni cuando ví su cuerpo a través del féretro (era la primera persona muerta que veía, y era a quien consideraba mi referente familiar). No.
El peor instante fue éste: el 1 de mayo de 1992, cuando, segundos antes de tapar para siempre el féretro, se acercó Lita a ver a Lito, y tras más de cincuenta años juntos, entre sollozos, le dijo: "¡Adios, Salvador!".
-
El mejor instante de mi vida.
Cuando nos juntamos mi hermano y yo a contar anécdotas, podemos competir con cualquiera a ver a quién le han pasado cosas más curiosas. Una adolescencia divertida y especial, para reírse a carcajada limpia si la recordamos. Tras 1998-99 (noviazgo, boda, nacimiento primer hijo), me cambió la vida totalmente. Y no es tan movido como en la adolescencia, pero las cosas son más intensas (para bien o para mal, ahora yo soy el padre y el co-responsable de la casa).
Quien dice que su vida le cambió cuando tuvo un accidente, o cuando le tocó la bono-loto, es que no ha tenido hijos. No hay mayor cambio en la vida que tener hijos (salvo que seas un marrano rastrojo de los infiernos y no quieras a tus hijos).
Yo he tenido tres hijos, nacidos en 1999, 2000 y 2002. He estado en el parto de los tres (como no podía ser de otra forma, no concibo no estar allí). Cuando tuvimos el primer niño, fue el mayor cambio a nuestra vida, que se llenó hasta los bordes con la nueva personita; cuando tuvimos el segundo el cambio fue menos brusco; y cuando tuvimos el tercero, tal vez menos brusco aún.
En el tercer embarazo nos oímos muchas veces si estábamos seguros, si nos lo habíamos pensado bien, si no era bastante con dos, que cómo íbamos a salir adelante, y demás chorradas por el estilo. Evidentemente, no les íbamos a hacer caso. No voy a caer en la gilipollez de decir que el primero fue más deseado, o lo fue el tercero. No hubo ni un niño más deseado que otro.
Ahora, los tres niños son la esencia y el motor de nuestro hogar y nuestras vidas.
El mejor instante fue éste: el 10 de mayo de 2002, cuando nació mi tercer hijo, Martín, y pude verle la cara. Se parecía extraordinariamente al primero, lo que daba mayor sensación de familia (aún lo hace); ver hasta dónde había llegado mi familia, en el instante de ver a mi tercer hijo por primera vez (con sangre y amoratado, a punto para llorar, que es como nacen los niños, no suele salir ninguno limpito y sonriente), fue el mejor momento.
-
Como véis, ambos instantes de mi vida son corrientes. Y ambos se refieren a la ley de la vida, de la muerte y nacimiento. La muerte del primer familiar directo, el nacimiento del último hijo. Instantes que casi todos hemos vivido o acabaremos por vivir. Instantes corrientes.
-
Nota: Este post está especialmente dedicado a mi hijo Martín, a quien mañana acompañaré al médico. Y a San Martín de Porres (tocayo del niño), a Lito y Lita, y a otros tantos que también estarán con nosotros donde vayamos.

No hay comentarios: