martes, noviembre 30, 2004

Big Fish, y un pequeño gran secreto.

El sábado por la tarde, en compañía de mi hermano y su novia, y de mis tres hijos, enmendé un error que cometí hace tiempo: no haber visto aún la película Big Fish, de Tim Burton.
Tal vez en este post haya un poco de spoiler de ese (avisado está).

absolutaly recomendatily

Encantado con la magia de la historia, las múltiples interpretaciones que nos daban un pasaje u otro de la película, el colorido y optimismo que va destilando cada minuto (a pesar de versar sobre la historia de un anciano moribundo con cáncer).

La vida es bella, sí señor. Y cuando conoces a la mujer de tu vida (u hombre, según el caso), se detiene el tiempo. Me da igual si se detiene o no en la realidad: se detiene dentro de ti.
Y las personas que parecen malas pueden ser sólo seres solitarios e incomprendidos, aunque parezcan temibles hombres-lobo. Cada historia de esa película me gustaba más que la anterior.

Recuerdo cuando mi abuela me contaba historias de su Valladolid natal. Y en aquellos tiempos, mi hermano y yo nos sentíamos tristes al pensar que algún día mi abuela fallecería, y entonces se perderían todas esas historias. Más aún las que no nos llegara a contar nunca.
En algunas ocasiones, el domingo por la mañana mi abuelo nos daba un duro (cinco pesetas), reluciente y plateado, y nos decía que había estado toda la noche picando en la mina para desenterrarlo y pulirlo. Nunca me he planteado si de verdad lo pulía picando piedra, o iba el viernes al Banco a que se los dieran limpitos. Pero me decanto por la primera opción, aunque, en el fondo, me da igual.

(Momento spoiler). No pude evitar tener los ojos llorosos con la historia final de Big Fish. "Cuéntame cómo me marcho", "Ayúdame, dime cómo empieza", "Aquí y ahora". Y el hijo del anciano moribundo se suma por fin al bando de la ilusión y la fantasía. Un final con todos sus amigos, que están felices al despedirle.
Y si estaba emocionado al oír esa historia, me recorrió un escalofrío al ver en la pantalla el final real, que no es otro que la historia contada: allí llegan todos sus amigos, y están felices, recordando sus historias mientras le despiden.

Creo sinceramente en la magia, en que el tiempo se puede parar para saludar a una hormiga en el camino; en ver un gigante en tu camino y aunar valor para enfrentarte; en recorrer un largo camino para desenterrar bajo una gran roca un tesoro olvidado de los piratas (esto lo hicimos este verano).
Estos tiempos he oído que "vivo en el país de la piruleta", y que "conmigo y los niños en casa, hacemos cuatro niños". Quien emita esos juicios lo hará como reproche, pero... ¡zas!, se transformarán y llegarán al receptor (que son mis orejas) como lo que son: halagos.

No hay momento que disfrute más del día que ese nanosegundo donde mis hijos abren los ojos y alzan sus orejas, pendientes de que empieze a leerles un cuento, o a narrarles una aventurilla de los tres dinosaurios.



Algún día, uno de mis hijos llegará a casa y nos dirá que un amiguito suyo le ha dicho que los reyes magos son los papás. Craso error. Los reyes magos no son los papás; más bien, se sirven de la colaboración de los papás para hacer llegar su magia a todos los pequeños; y, evidentemente, los reyes magos existen.

A mitad de la película, mi hijo mayor, Juanmanuel, de 5 años, me hizo una pregunta, y pusé 'stop' para contestarle. Me preguntó por los dinosaurios Félix, Valiente y Benjamín, esos tres amigos de mis hijos que les mandan cartas y viven en un mundo mágico, del cual les suelo contar historias por las noches. El niño tiene dudas de que existan o no en la realidad, ya que nunca los ha visto. Pero no se explica quién demonios manda las cartas.

Yo no tuve más remedio que contarle la verdad:
Los pequeños dinosaurios viven en su mundo mágico, y a mí me cuentan sus aventuras en sueños. Yo tampoco los he visto nunca. Aunque, eso sí, no tengo dudas: son reales.
¿Y cómo mandan cartas? Pues lo cierto es que tampoco lo he visto nunca, pero supongo que debe haber un cartero mágico que las traiga hasta nuestra casa.

Cuando acabó la película, me acerqué al niño, y le susurré el que ahora es nuestro pequeño gran secreto...
...algunas personas, cuando se van haciendo mayores, dejan de creer en la magia y la fantasía; piensan que son referencias tontas e inútiles, y se olvidan de si la magia existe o no... pero eso no significa que no exista, sólo significa que algunos la olvidaron...
...la magia sí existe.

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